Aún no se disipaba el olor a derrota y todos reunidos en los buses de regreso solo podían hablar de una cosa: ese partido no se debió haber perdido. Ahogados en comentarios de lo que se debió haber hecho, de quién debió haber jugado, de cómo debieron haber pateado, cada uno hacía su propia película del partido Ecuador-Suiza que se acababa de jugar en el estadio Mané Garrincha de Brasilia.