VENEZUELA
Los venezolanos usamos una expresión para nombrar las situaciones de sosiego tenso que presagian tormenta: calma chicha. En otras palabras, conflicto que no ha estallado aún pero viene en camino. La calma chicha se cocina al mezclar ciertas variables muy específicas: abuso + exclusión + víctimas + agresores + incertidumbre. Como un partido de fútbol en el que el árbitro sentencia un penal infundado a favor del equipo visitante, que siembra rencor en la grada y alimenta la sed de venganza en la cancha.
Muchos percibimos tufo a calma chicha en Venezuela, porque se acumulan los ingredientes necesarios para que el caldo se ponga cada vez más morado. Uno a uno, funcionan como sigue:
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Abuso: la decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de aplazar la asunción de Hugo Chávez por tiempo indefinido y el empeño por hacer creer que su ausencia no encaja en la categoría de falta temporal porque él mismo no lo ha decretado son burlas retóricas difíciles de tragar, incluso para el chavismo pastoril que todavía intenta sumar ovejas a su rebaño.
Exclusión: si es cierto que Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Rafael Ramírez, cabezas del poder político, militar y petrolero del chavismo, respectivamente, suscribieron en La Habana un acuerdo de gobernabilidad pos-Chávez, a espaldas del país y sin tomar en cuenta al liderazgo que representa a seis millones de venezolanos, estamos en presencia de un arreglo excluyente, mucho peor que el satanizado Pacto de Punto Fijo, aquel que marginó a la izquierda en la repartición del poder político después de la última dictadura militar en Venezuela en 1958. Un episodio reciente lo demuestra: la elección de una junta directiva para el Parlamento que no incluye a ningún representante del 42% de los curules que ocupa la oposición.
Víctimas: el pueblo, una y mil veces. Por una parte, el que votó por Chávez el 7 de octubre del 2012 y lo vio girar la instrucción clara de instalar un gobierno de transición, convocar elecciones en 30 días y lanzar a Maduro como candidato si no le era posible volver a Venezuela para juramentarse en el cargo el 10 de enero. Por otra, el pueblo que no votó por él pero vive en zozobra, a la espera de un parte médico oficial que mitigue los rumores que ruedan por Twitter, Facebook, teléfono y boca a boca.
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Agresores: esta categoría agrupa a los responsables políticos de las crisis. Por ejemplo, un vicepresidente que se salta a la torera el "formalismo" de la juramentación para renovar su mandato en el Ejecutivo, y que además amenaza con desconocer la autoridad de los gobernadores electos del partido contrario, cuando él mismo no goza de legitimidad popular. O un presidente del Parlamento a quien corresponde asumir las riendas del gobierno temporalmente ante la ausencia del mandatario para canalizar la circunstancia por vía legal e institucional, pero que se niega a hacerlo por supuesta rendición a un líder que le sirve como pretexto para tratar de cerrar canales de televisión. O una magistrada que manipula la Constitución como plastilina para prolongar un periodo de gobierno, sin importar que el ejercicio de la "voluntad popular" en los sistemas democráticos se fundamente en la temporalidad y alternabilidad en el poder.
Incertidumbre: cada día surgen nuevas versiones sobre las condiciones de salud de Chávez. Cada día un espontáneo, en plena cola para pagar o cobrar en el banco, dice estar seguro de que el comandante presidente no podrá volver a Miraflores. La versión se apoya en que el tío del sobrino del amigo tiene un familiar babalao en La Habana que está rezando para que a Chávez no lo desconecten y acabe por empujar a Cuba al abismo de un nuevo Periodo Especial. Además, los venezolanos nos vamos de bruces contra anaqueles medio vacíos en los supermercados, mientras el vicepresidente proclama la soberanía alimentaria. Resulta difícil creer en el autoabastecimiento si la industria productiva privada ha sido expropiada y las empresas del Estado dependen de las importaciones para cubrir el suministro de bienes y servicios. Desde el 2 de enero, fecha en la que Chávez solía comunicar las reformas al régimen cambiario, los venezolanos nos preguntamos si habrá devaluación de la moneda y si se restablecerá el mercado de dólares paralelos. Así vivimos, un día a la vez.
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La concentración para juramentar al pueblo en sustitución de Chávez el pasado jueves fue nutrida, apoteósica y emotiva. Los asistentes, soldados de un ejército rojo, se regocijaron al sentir que su presencia en los alrededores de Miraflores contribuía a curar en salud su legitimidad política. Válido, sin duda. El problema es que a pesar de los comunicados, cadenas, ruedas de prensa y actos masivos y oficiales, Chávez no habla, no escribe, no aparece. La sensación de desgobierno es latente y hiede a detonante. Ojalá nos estén diciendo la verdad y la calma chicha sea solo un espejismo.