En 1978, cuando España llegó a Buenos Aires para disputar el Mundial, se registró un suceso emocionante. La Furia Roja debutaba en la Copa frente a Austria en el estadio de Vélez Sarsfield. Dos europeos en la Argentina; pese al interés que despierta un Mundial, no se esperaba una concurrencia muy masiva.
En esos tiempos aún no se estilaba que los hinchas viajasen detrás de sus equipos, como ahora. Sin embargo, desde hora muy temprana el estadio se colmó con dos colores dominantes: rojo y amarillo. Las cabecitas parecían alfileres y no quedó un espacio libre. Se vendieron 49.317 entradas, más unas 5.000 de protocolo. Vélez rebalsaba.
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Cuando España asomó por el túnel, una ovación atronadora y el agitar incesante de miles de banderitas lo acompañó hasta el centro del campo. Eran el jugo, el extracto de los cientos de miles de españoles que habían emigrado a la Argentina durante y después de la Guerra Civil, huyendo de la miseria y las persecuciones. Don Pedro Escartín, primero connotado árbitro español, luego famoso comentarista de la agencia Efe y autor de libros leidísimos, reconoció que se le aflojaron las piernas. “Nunca España fue tan local en ninguna parte del mundo como allí, es imposible describir lo que sentimos esa tarde cuando apareció en el campo la selección española”.
Algo similar aconteció seguramente en esta Copa América la noche del pasado jueves. Con el presidente Evo Morales a la cabeza y la Banda Imperial tocando, orquesta de 60 músicos y 80 bailarines que interpretan la célebre diablada, miles de bolivianos cruzaron la frontera hacia Jujuy, ilusionados con su nueva selección, la que le arrancó un empate a Argentina y la puso en crisis. El estadio de Gimnasia y Esgrima se veía un hervidero de banderas rojo, amarillo y verde.
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Como aquella España, jamás Bolivia se sintió tan arropado en tierra extranjera. El fútbol hace vivir momentos de inexplicable emoción, vinculados al sentimiento patrio, a colores familiares, a los sones de una música enraizada desde la niñez, a la cultura de la crianza. Es una fábrica de ilusionar. Después empieza a rodar la inquieta, la juguetona, pero esos son cinco centavos aparte.
Aquella tarde de 1978, Austria le aguó la fiesta a España venciéndolo 2-1. Esta noche, los chiquilines de Costa Rica acallaron los compases de la bellísima “Viva mi patria”, que seguro iban a seguir hasta el alba si ganaba la chaquetilla verde con vivos blancos. Pero lo vivido con el alma no se pierde, se atesora. Y ningún resultado lo borra. La Bolivia ordenada y táctica que le robó el protagonismo a Messi y compañía hocicó frente a este promisorio grupo de juveniles costarricenses que hicieron honor a una tradición: siempre se tuvo por bueno al fútbol tico, por vistoso y bien jugado. Desde años se considera a Costa Rica como la mejor expresión centroamericana en la materia. Por eso se la invita a la Copa América.
Y respondió con un fútbol refrescante, vivaz. Salió henchido La Volpe. Ahora tiene un desafío increíble por delante: ganarle o empatarle a Argentina y dejarla afuera. ¡En primera fase…! ¡En su propia casa…! Si la vence, la elimina de forma directa; si empatan, Costa Rica entra casi seguro como segundo y Argentina pendería de un milagro para ser uno de los dos mejores terceros. Pero con 3 puntos es muy complicado clasificar.
Este es uno de los rostros más bellos del fútbol: su imprevisibilidad. Pero la gran novedad mundial en la pelota es la paridad. Todo está bastante equiparado. Entre selecciones, claro. Por un lado, este equilibrio nos restó goles. Este es uno de los factores indiscutibles. Al no haber un fuerte y un débil sino fuerzas similares, hay menos chances de vulnerar repetidamente la red.
Veintisiete goles se habían marcado en la anterior Copa América en los ocho primeros partidos; 10 goles se han marcado en esta. El promedio bajó de 3,375 a 1,25 por juego. Se desplomó. Los partidos no son malos, aunque falta red.
La cara bonita de este nuevo orden es que desaparecieron las goleadas aberrantes de tiempos pretéritos. En Bolivia 1997, no ha pasado tanto, asistimos a un Brasil 7, Perú 0. ¡En semifinales…! Pareció poco serio. Lo que desnaturaliza el juego es la falta de equivalencias.
Distinto es cuando se da un festival como el de Barcelona frente al Madrid la noche del 5-0. El derrotado era un equipo plagado de estrellas. Pero esas son joyas singulares, esporádicas, casi irrepetibles.
Treinta años atrás, todos sabían que golearían a Venezuela. Apenas había que adivinar la cantidad. Hoy, la vinotinto se le para tieso a Brasil y le roba un empate. ¿Qué es mejor…?