En una escena de la película Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds) del director estadounidense Quentin Tarantino, la alta cúpula nazi entre la cual estaba Adolfo Hitler, es masacrada al interior de una sala de cine. Fiel a su estilo, Tarantino exhibe de forma gráfica y grotesca la forma cómo Hitler era acribillado. Por supuesto, dicha escena nunca ocurrió en la vida real, pero me bastó para reflexionar que esa debió ser la forma en que Hitler merecía morir, para alegría de millones de personas.
Señalo esto ya que luego de la muerte de Osama bin Laden, se ha discutido mucho respecto de que si es ético o no alegrarse por la muerte de un ser humano, esto sin entrar (en lo más mínimo) en la discusión de la legalidad de la operación militar estadounidense que acabó con el líder terrorista, ni tampoco con su peculiar ajusticiamiento. Efectivamente hay quienes sostienen, entre ellos nuestro canciller, que jamás deberíamos sentir alegría por la muerte de un ser humano, por más villano, asesino, terrorista o despreciable que haya sido, mientras que otros sostienen que celebrar la muerte de una persona va más allá de los principios católicos. Hay quienes, buscando un punto intermedio, agregan que hay que diferenciar entre la euforia y el alivio, pues este último sí cabe ante la muerte de un ser humano en determinadas circunstancias.
En esa línea, se podría argumentar que en ciertos casos estamos habilitados a exhibir cierta “reflexión sombría” respecto de la muerte, pero nada más que eso pues resulta indecoroso. Por su parte, el portavoz del Vaticano señaló que los cristianos no deberíamos alegrarnos de la muerte del terrorista ya que “ante la muerte de un hombre, un cristiano no se alegra, sino que reflexiona en la grave responsabilidad de todos y cada uno de nosotros ante Dios y ante los hombres”; otros líderes religiosos judíos y musulmanes han expresado que es inadmisible cualquier demostración de júbilo en el caso específico de la muerte de Bin Laden, pues la muerte de una persona por repugnante que haya sido su vida, debe ser observada de manera respetuosa y solemne.
Lamento defraudar la observancia tan rigurosa de los principios religiosos, pero defiendo el derecho a sentir alegría ante determinadas muertes; aclaro que no estoy hablando de festejos con champán, pero sí de una efusiva complacencia ante la desaparición de la faz de la tierra de personas como Bin Laden, culpable directo del asesinato de miles de personas. Creo que en el caso de ciertos personajes siniestros como el líder terrorista abatido, el de Hitler y otros similares, las opciones son diversas y que cada uno tome la suya: unos pedirán reflexión, otros llorarán su partida, hay quienes sentirán una tranquilidad interna, pero que no se cuestione el derecho de recibir con gran satisfacción la noticia de sus muertes. Más fácil es ser hipócrita.