Por Jorge Barraza (jbarraza@sinectis.com.ar)
.- Disneylandia tuvo una vida corta, pero honrada. Y se dio un lujo de pocos: alumbrar un crack del fútbol: Javier Zanetti. El Disneylandia, en realidad, era un juego de camisetitas con cinco hormiguitas corriendo y una al arco. Uno de esos cuadritos medio en broma que hay en cada barrio, en este caso del Dock Sud, un arrabal portuario de Buenos Aires, lleno de grúas, barcos y chimeneas, toda gente de sudor, periferia periferia... Con mil esfuerzos los vecinos hicieron una canchita en la plaza y de ahí surgió Pupi.

¿Qué película les pasa por la cabeza a esos pibes de Disneylandia cuando lo ven a Pupi en TV, como en el partido del 24 de febrero, con la cinta de capitán del Inter, entregándole un gallardete a su colega del Bayern Múnich, con ese marco solemne y glamoroso de la Champions League.? La misma película que pensamos todos: ¡Qué noble es el fútbol!

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No hay, no existe nada más democrático. El Pupi de Dock Sud, el hijo del albañil y la lavandera, el que repartía leche con el primo en un carro, es ese mismo que encabeza la fila en el Giuseppe Meazza, el que le da la mano a los jueces, el que cumplió 736 partidos en el Inter. Moraleja: no hace falta ser "el hijo de." para llegar. "Me levantaba a las 04:00 para ir a trabajar, a mis viejos los veía a la noche, tarde", evoca sin rencores en una bonita entrevista que le hizo Martín Mazur para la revista El Gráfico.

Cerca de ingresar en el selectísimo club de los 1.000 (solo le faltan 27 para llegar a esa cifra de partidos oficiales), Zanetti recuerda nítidamente cada paso dado, desde aquel equipito de baby fútbol hasta hoy. La historia en serio comenzó en los infantiles de Independiente. Pero quedó libre en la novena división por falta de crecimiento físico, el mismo drama que Messi. "Jugaba bárbaro, pero era un enanito; me partió el alma tener que dejarlo ir, se lo dije a su mamá", recuerda Pepe Santoro, el gran arquero rojo, entonces su entrenador.

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Doña Violeta movió cielo y tierra, consiguió un tratamiento gratuito en un hospital público y Pupi empezó a crecer, a ensanchar músculos. Su hermano Sergio, también futbolista profesional de mérito, lo llevó a un club de la B, Talleres de Remedios de Escalada. Ahí se manifestó el gran jugador, el tractor que arrancaba con lucidez y vigor desde el medio y llegaba con claridad hasta el arco de enfrente. Y le echaron el ojo de Banfield, el club vecino.

Banfield no tenía un peso. "No podemos perderlo, es un crack", se rascaban la cabeza los dirigentes, pensando cómo conseguirlo. La solución fue típica del fanatismo argentino por el fútbol: diez hinchas acomodados, vecinos y comerciantes, pusieron el dinero y Zanetti pasó al Taladro. "Es algo muy raro que diez personas sean tus dueñas, pero en ese momento hicieron un esfuerzo para que jugara en Banfield.

Y apostaron, porque yo era un desconocido. Fue risueño, los conocí el día que se hizo el pase al Inter de Milán, tuvieron que ir a firmar, estábamos todos alrededor de una mesa grande, como si fuera Navidad".

El recordista de partidos jugados, de títulos ganados, el que suma 138 partidos en la selección argentina y lidera el vestuario del Inter es la antípoda del divo inalcanzable, de anteojos oscuros y auto supersónico con vidrios polarizados. Pupi rezuma sencillez. "Cuando llegué al Inter, los celulares recién aparecían. Y hablar a Buenos Aires costaba fortunas, así que me compraba tarjetas prepagas, me iba a la cabina de la esquina y ahí hablaba horas y horas con mi novia".

Pupi tiene un coro de hinchas detrás: sus compañeros. Los de ayer, los de hoy. "Basta con escucharlo hablar para darse cuenta la clase de persona que es. Pero si no podés escucharlo, lo mirás y decís: este tipo es buena gente", lo traza Roberto Ayala, viejo camarada en la selección argentina, rival con el Milan. "Su forma de ser es una manera de entender la profesión y la vida misma: dar sin esperar nada a cambio. Es un ejemplo, en todo sentido".

Massimo Moratti, presidente y propietario interista, lo pone en un plano supremo: "Giacinto Facchetti y Zanetti son los máximos símbolos de la historia del Inter". Facchetti es considerado sinónimo de deportista ejemplar en Italia. El Premio Giacinto Facchetti-Lo bello del Calcio distingue a personas que han tenido acciones o trayectorias diáfanas, positivas, edificantes.

En noviembre cumplirá el décimo aniversario su jugada cumbre: la Fundación PUPI (www.fundacionpupi.org). Favorece a cientos de niños pobres, construye viviendas, tiene comedor comunitario, ayuda a estudiar. No es una pantalla para ganar imagen, la fundación desarrolla una labor intensísima y Zanetti está totalmente involucrado.

"Hace poco dije en broma que Zanetti podía jugar hasta los 50 años; ahora digo en serio que, si quisiera, puede llegar hasta los 45, es un superdotado físico", arriesga Giuseppe Bergomi, quien aún ostenta la plusmarca de presencias en el Inter: 758. Solo le lleva 22, nada teniendo en cuenta la salud del Tractor de Dock Sud.

Pupi Zanetti tiene contrato hasta el 2013; Moratti quiere firmarle un vínculo de por vida para que continúe como dirigente o embajador del club milanés. Él ahora está enfocado en ganar su sexto scudetto consecutivo y la Copa América en julio. Para entonces habrá llegado a los 1.000 partidos.

Si vuelve a mirar atrás, el Pupi Zanetti advertirá que aquel cuadrito del barrio ha sido premonitorio: su vida ha sido un cuento de Disney.