A mediados de la década de los cuarenta, la afición guayaquileña empezó a radicalizar su simpatía o antipatía por Barcelona y Emelec, según el bando.

En 1945, los eléctricos ya tenían su estadio, piscina, cancha de básquet y con su chequera ‘millonaria’ protagonizaron en 1948 un hecho insólito para la época: ficharon a un foráneo, el argentino Omar Cáceres.

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Los canarios, por contraparte, tenían pocos bienes materiales y no había extranjeros en su plantilla. Era ya un enfrentamiento que generaba pasiones, pero no tenía nombre.

En 1948 el duelo fue bautizado, por iniciativa de este Diario, como actualmente se lo conoce. Así lo reflejó la edición del miércoles 1 de septiembre de ese año, día de un juego: “Este partido, que es el Clásico del Astillero, será del mismo modo la confrontación de dos de las cartas más bravas del fútbol porteño”. En esa fecha Emelec venció 3-0, pero en la revancha, ocurrida 20 días después, Barcelona goleó 5-1.