Brasil es el país más grande de América Latina. También el de mayor habitantes. Nada menos que 194 millones. Ecuador es uno de los más pequeños en tamaño, con 14 millones de población. Los verdeamarillos con una pasión desbordante por el fútbol, nosotros, los tricolores, también.
Siempre he sostenido, en serio y más en broma, que los brasileños nacen con dos instrumentos: uno musical y otro deportivo: la pelota de fútbol. La música es parte importantísima en la vida de ese gigante que hasta para hablar usan tonalidades que se parecen a los acordes musicales. Basta decir que inventaron la samba, alegre por esencia, que la bailan y disfrutan desde el más humilde habitante del pueblo hasta los encopetados de la rancia nobleza que vive en el pasado. Es más, inventaron el bossa nova entre Antonio Carlos Jobim, Vinicius de Moraes y Joao Gilberto que impactó en el mundo entero.
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De fútbol, ni hablar. Campeones mundiales, Panamericanos, Sudamericanos y por equipos varias Copas Sudamericanas y Libertadores. Inter de Porto Alegre, el vigente monarca, llegó a Guayaquil y se mandó un partidazo donde hubo de todo. Clima eufórico y desbordante de la hinchada azul, que gritó los 93 minutos; lucha enorme y sin control de los eléctricos contra los rojos donde se apreciaba el estupendo fútbol del Inter y los del bombillo que no se quedaban atrás.
Es curioso que un equipo brasileño se reforzara con cuatro argentinos (Cavenaghi, Guiñazú, Bolatti y D’Alesandro) lo que significa que aumenta su caudal de juego. Andrés D’Alessandro fue escogido como el mejor futbolista de Sudamérica por la encuesta que realiza anualmente el periódico El País, de Montevideo; el Indio Guiñazú es un centrocampista que corre a todo lo ancho marcando, desbordando, juego fuerte y provocando faltas para tener siempre la pelota, y Bolatti, que metió espectacularmente un cabezazo al fondo del arco.
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Pero Emelec no se quedó atrás. Hay que decir que para ese juego oficial, que fue un verdadero bautizo, los eléctricos jugaron bien para darle más brillo a la contienda. ¿Podríamos destacar a Pedro Quiñónez, un titán que no se dejó doblegar por los visitantes, dando y recibiendo? No se bajó del caballo David Quiroz, que jugó a riesgo de su lesión, como también brillaron Marcelo Fleitas, Javier Klimowicz, Gabriel Achilier, Óscar Bagüí, Ángel Mena, Édison Méndez, es decir todo el equipo.
Ese juego sintetizó un buen fútbol, extraordinaria garra, lucha y pundonor, a pesar de algunos fuertes encontronazos de lado y lado; y también el árbitro casi pierde la cabeza. De lo entusiasmado que estaba sacó adelante el partido. La hinchada quiso ganar –¿quién no?–, pero salió satisfecha por el magnífico espectáculo que brindaron los dos equipos.
Regresando al estilo, citado en la introducción de esta columna, el Internacional brasileño es de Porto Alegre, es decir Puerto Alegre, a ellos jamás se les ocurriría llamarlo Puerto Triste. Esa idiosincrasia es linda y optimista. Pero vayamos a otra parte.
Hoy juega el buen equipo porteño, los azules del Guayas contra los aviadores del Jorge Wilstermann de Cochabamba, Bolivia. Nuestro Diario ayer consignó una anécdota: el Wilstermann en el 2010 ganó el campeonato Apertura de su país y por ello juega en esta edición de la Libertadores, pero perdió la categoría en el torneo Clausura, por lo que en este 2011 intervendrá en la segunda categoría de su país. Un caso raro, muy raro.
Pero de este aspecto, Emelec no debe confiarse, ya que el equipo de Cochabamba contrató a trece futbolistas extranjeros, se está realmente ensamblando y viene de perder 2-0 contra el Jaguares de Chiapas mexicano, pero eso en el fútbol no cuenta.
Cada juego es una historia que nunca se repite. Ojalá Emelec juegue tan bien como el miércoles pasado y pueda salir airoso. Es lo que desea su infallable afición, otro partidazo.