Ciudad, la ciudad altiva, que es para mí la primavera; cuya imagen, en sus aguas cantando el Guayas se lleva..
Daniel Pallares Peñafiel
(1938)

Tan popular como fue en nuestra ciudad la venta callejera de la leche de burra, que la medicina tradicional la tuvo por mucho tiempo como lo más eficaz para curar enfermedades pulmonares y la tan temida tuberculosis que solía hacer estragos en buen porcentaje del vecindario porteño antes de la primera mitad del siglo pasado, la similar que producen las chivas también goza de buena demanda en nuestro medio.

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Y es por esto último que aún circulan en las calles y  barrios guayaquileños los vendedores de leche de chiva, que ofrecen su mercancía de la ‘teta’ al consumidor en vasitos plásticos y a precios módicos.

Chicos y grandes por recomendación de algún familiar o vecino dado a médico naturista o algo parecido, buscan tomar el lácteo para contrarrestar alguna dolencia o prevenirla. Tampoco faltan  los ‘noveleros’,  que por curiosidad buscan probar el líquido.

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Por lo general,  el encargado del negocio es  un  joven que tiene como tarea arrear y dirigir el grupo de tres o cuatro animalitos que muy orondos cruzan calles y plazas luciendo orgullosas sus relucientes y voluminosas mamas.

Ellas conocen a sus propietarios, se dejan conducir sin problema y hasta conocen los domicilios y establecimiento donde las esperan los clientes. Confundidas en el paisaje urbano, pocas veces pasan inadvertidas para los transeúntes y conductores de vehículos.

Antes de la regeneración urbana se observaba a los vendedores y sus chivas  en pleno centro y otros lugares de concentración masiva;  ahora parece que acortaron sus recorridos y suelen ir por la Bahía y barrios algo alejados del casco comercial. Sin embargo, todavía  resulta simpático mirarlas con su trotecillo  ligero  y dándole un aire romanticón a este Guayaquil de gran desarrollo, que mantiene en su  memoria esas citadinas y bellas estampas.