El Barcelona debutó en la Liga de Campeones pisando fuerte gracias a su victoria ante el Werder Bremen alemán (0-2), quizá el rival más peligroso del grupo C, en un partido que supuso la reaparición del argentino Leo Messi en un partido oficial.

Sólo la goleada del Udinese al Panathinaikos (3-0) impidió al Barca arrancar el torneo europeo como líder de su grupo, pero al equipo azulgrana le cabe la satisfacción de haber conquistado el Wesserstadion con relativa facilidad y de salir reforzado de su paso por Alemania.

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El equipo que dirige el holandés Frank Rijkaard completó un partido poco lustroso, pero muy práctico. En general, supo llevar el timón del choque, y sólo sufrió en el último cuarto de hora de la primera parte, cuando se descentró debido a sus propios errores.

El entrenador holandés apostó por la continuidad y dispuso el mismo equipo que había ganado al Mallorca (2-0), en una muestra de confianza a los campeones del año pasado.

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Enchufado desde el pitido inicial, el Barca arrancó muy metido en el partido, consciente de que en la Liga de Campeones no conviene andarse con despistes.

Se aplicó como el alumno que se sabe la lección y cumplió punto por punto el guión que había preparado su entrenador. Tuvo la pelota y la jugó con criterio, abrió a las bandas cuando el juego lo permitía y apretó el acelerador aprovechando los espacios que le dejaba el Werder.

Así llegó el primer gol, fruto de una triangulación marca de la casa entre el brasileño Ronaldinho, el camerunés Samuel Etoo y el portugués Deco. El brasileño pudo controlar el balón en el área del Werder, arrastró a tres defensas y cedió para el camerunés. Tapado para el remate, Etoo le dejó el balón muerto a Deco y el internacional portugués no se lo pensó. Como es costumbre, el balón golpeó en un defensa antes de colarse en la portería de Reinke.

El partido se presentaba sumamente plácido para el Barca, porque el Werder no ofreció mucho más. El equipo alemán parecía intimidado, quizá acomplejado porque es un conjunto muy potente físicamente, pero con ciertas carencias a la hora de tratar el balón.

Además, tiró una defensa muy adelantada que el Barcelona no supo aprovechar. Lo intentó Etoo, pero la zaga del Werder, coordinada como un reloj suizo, nunca perdió la línea y dejó al camerunés en fuera de juego una y otra vez.

Sin embargo, el equipo de Rijkaard volvió a demostrar su capacidad de metamorfosis. De manejar cómodamente el balón y aprovechar las bandas, pasó a recular y a ceder terreno. Dominaba el partido, pero dimitió del cargo por ciencia infusa, como si de repente hubiera perdido la inspiración.

En el ecuador de la primera parte, el Barca se empeñó en darle emoción al partido y sacó a relucir su versión más imprecisa. Sin que el Werder apretase demasiado, los jugadores del Barcelona entraron en una dinámica de imprecisiones que a punto estuvo de colocar el empate en el marcador.

El equipo de Thomas Schaaf recogió el testigo que le ofrecía el Barca y se vino arriba. A la que apretó los dientes, ahogó las salidas de balón del equipo azulgrana y desplegó un fútbol tan directo como rudimentario, salpicado de regalos del rival, pero falto de fortuna.

Sólo así se explica que el Barca alcanzase el descanso con ventaja en el marcador, porque Valdez estuvo a punto de rematar entre los tres palos tras un error del brasileño Belletti, y el francés Micoud envió al palo una volea ante la mirada atónita de los zagueros del Barca.

Pedía a gritos un despertador el Barca, y Rijkaard recurrió a Edmílson en lugar de un Belletti muy poco fiable. El brasileño ejerció de calmante, porque, ya en la segunda parte, el equipo catalán se tranquilizó y pudo respirar.

Como en la primera parte, Deco pudo sentenciar el partido cuando recogió un balón muerto en la frontal del área, pero su disparo se fue al palo.

El partido entró en una fase conservadora. El Werder no aprovechó la inercia con la que había llegado al descanso y el Barca se limitó a contemporizar.

Así se presentaban las cosas cuando Frank Rijkaard decidió premiar a Leo Messi. El joven argentino por fin pudo darse el gustazo de olvidarse de pasaportes y de papeleos para jugar un partido oficial. Sustituyó al francés Ludovic Giuly, perdido entre carreras sin rumbo, y no tardó en intervenir para sentenciar el partido.

En su tercera intervención, Messi combinó con Ronaldinho en una pared tan efectiva como estética, y cuando iba a recibir el cuero, Schulz le agarró y le derribó en el área.

El colegiado no lo dudó y Ronaldinho tampoco: el 10 azulgrana chutó el penalti con decisión y acabó con las esperanzas del Werder Bremen.

Casi no hubo tiempo para más. El Werder bajó los brazos y el Barcelona se conformó, porque sigue sin recibir goles desde que empezó la Liga y sabe que el primer paso en la Liga de Campeones lo ha dado en firme. Para redondear el círculo, el Barca disfrutó de la vuelta de Messi, fresco y atrevido como siempre aunque todavía tendrá que esperar al menos una semana para jugar en Liga.