En toda Europa, las conversaciones en torno de las mesas palaciegas tienen resonancias marcadamente cosmopolitas: aquí se puede apreciar una entonación australiana, por allí una pronunciación sudamericana. 
 
Y las conversaciones pueden ser como las de cualquier cena familiar plebeya. 
 
La sangre azul de las familias reales europeas se diluye cada vez más con la sangre de los mortales comunes y corrientes. Inconcebible antes de la conmoción social que provocaron las guerras mundiales, ahora es más frecuente que la realeza se case con plebeyos. Y este mes ocurre por partida doble. 
 
Es un indicio de que cambian los tiempos en la capa más encumbrada de la sociedad. 
 
En los días en que los reyes no solo reinaban sino también gobernaban, el palacio disponía los casamientos de sus hijos para sellar una alianza política o para apuntalar el linaje. 
 
Las satisfacciones domésticas se satisfacían mediante la institución extraoficial de las amantes oficiales. 
 
Ahora que las constituciones nacionales han separado la política del palacio, se permite el triunfo del amor sobre el deber. 
 
Dinamarca y España son los más recientes testigos de la boda de sus príncipes herederos -los futuros reyes de sus antiguas monarquías- con plebeyas. 
 
El 14 de mayo fue la boda del príncipe Frederik de Dinamarca, vástago de la casa real más antigua de Europa, con Mary Donaldson, una empresaria y abogada australiana. 
 
Y el 22 de mayo se casan el príncipe heredero español Felipe y su prometida Letizia Ortiz, ex conductora de televisión. 
 
Los dos se suman a la lista de príncipes -entre ellos de Noruega y Holanda- que desestimaron la búsqueda de consortes aristocráticos, hallaron sus compañeras entre la plebe, y decidieron casarse con ellas sin tener que renunciar a su derecho al trono. 
 
No puedo pronosticar si estos matrimonios funcionarán. Pero son notablemente distintos a todo lo que ocurrió en el pasado, comentó Harold Brooks-Baker, director editorial de Burkes Peerage de Londres, una de las   biblias de los linajes de sangre real. 
 
Brooks-Baker opinó que algunas de las elecciones de novias eran   extrañas. 
 
"La mayoría de esa gente no pertenece a la clase aristocrática, o ni siquiera a las familias de clase media alta. Algunas tienen antecedentes muy oscuros y otras pasados controversiales", dijo a la AP. 
 
La crema aristocrática podría ver con desdén las nuevas incorporaciones a la realeza, pero las jóvenes son populares con el pueblo y en algunos casos han abierto de par en par las ventanas de los viejos palacios reales sofocantes. 
 
La princesa Máxima de Holanda, la ex Máxima Zorreguieta de Argentina -hermosa, vivaz, inteligente- ha suscitado un entusiasmo público desacostumbrado por la Casa de Orange desde que se casó en el 2002 con Willem-Alexander, diluyendo el escepticismo inicial de los holandeses. 
 
La ex banquera de inversiones internacionales conquistó el corazón de su nuevo pueblo al distanciarse de su padre, Jorge Zorreguieta, que integró el gabinete de Argentina durante la   guerra sucia, cuando el régimen militar mató o secuestró a miles de supuestos guerrilleros. 
 
Aunque nadie acusó a Zorreguieta de haber participado en los abusos, el gobierno holandés envió su canciller a la Argentina para informarle que no sería bienvenido a la boda. 
 
La futura reina de Noruega, la ex Mette-Marit Tjessem Hoiby, era una madre soltera cuando se casó con el príncipe heredero Haakon hace dos años. El padre de su hijo había sido condenado por delitos de drogas, y la princesa Mette-Marit se disculpó llorosa a la nación por la decisión de su hijo. 
 
La prometida del príncipe heredero español Felipe es divorciada, en un país católico donde el divorcio fue ilegal hasta 1981. Su madre es enfermera y representante sindical, también divorciada. 
 
"Casi todas las monarquías padecen del mismo problema: la llegada de jóvenes de la burguesía. En muchos casos aportan modernidad a un sistema medieval. Pero en otros traen vulgaridad", comentó Jaime Peñafiel, el decano de los observadores de la realeza en Madrid. 
 
En Gran Bretaña, siempre consciente de las clases, el príncipe Carlos se acercó más a una unión dentro de su propio círculo real cuando se casó con Diana Spencer, hija de un conde, descendiente de reyes. Su hermana Anne se casó con un plebeyo, al igual que sus hermanos Andrew y Edward. Solo sobrevive el matrimonio de Edward después de cinco años. 
 
Los casamientos fuera de la realeza eran poco frecuentes. Entre los primeros que rompieron con la tradición sobresalió el príncipe Raniero III de Mónaco, que optó por la realeza de Hollywood cuando se casó con la galardonada actriz estadounidense Grace Kelly en 1956. Ella murió en un accidente automovilístico en 1982. 
 
El rey noruego Harald aguardó nueve años el permiso de su padre, el rey Olav, para casarse con su noviecita escolar Sonja, resistiendo la insistencia del viejo monarca de que una novia aristocrática afianzaría la joven monarquía, en existencia apenas desde 1905. 
 
Algunas familias todavía se atienen a normas estrictas. El príncipe Johan Friso, hermano menor de Willem Alexander, fue despojado por el gobierno de su lugar en la sucesión a la corona porque él y su prometida, Mabel Wisse Smit, mintieron sobre una relación que la mujer había mantenido doce años antes con un conocido hampón. Se casaron el mes pasado. 
 
Un romance con un príncipe azul podría ser el sueño de muchas jovencitas. Pero, al igual que en los cuentos de hadas, está lleno de peligros: desde las cámaras de televisión que no se pierden detalle hasta los cortesanos que venden confidencias reveladoras a los tabloides. 
 
Para una mujer profesional que entra en los rangos de la nobleza,   la vida puede ser difícil, trágica, traumática, observó Cor de Horde, director de la revista holandesa Vorsten (Monarquía). 
 
Una princesa se entrena durante toda su vida para desempeñar el papel exigente de consorte de un soberano. Las plebeyas no tienen ninguna preparación. La exposición constante a la atención pública puede desgastar cualquier matrimonio, dijo De Horde.   Tienen que abandonar su identidad, su propia personalidad. 
 
Mientras los jóvenes de la realeza recibían clases en sus palacios, hoy suelen asistir a clases junto con estudiantes ordinario y viajar por el mundo. Por eso no es de sorprender que hallen pareja fuera de su círculo estrecho. 
 
Frederik conoció a su amor australiana en un bar de Sydney. Felipe conoció a su pareja en una cena. Haakon y Hoiby se conocieron en un concierto de rock al aire libre. 
 
Más de 20 monarquías europeas desaparecieron en el siglo XX dejando solo a nueve en el poder, precisó Brooks-Baker. 
 
De Horde cree que aunque los matrimonios mixtos aportan sangre nueva a las familias reales,   la mayor amenaza proviene de su mismo seno. Es la avidez del rey o de la reina por acercarse al pueblo. Pero tienen que mantener cierta distancia.
 
"El monarca tiene que tener en cuenta cuál es su verdadera función, la de jefe de estado", sentenció.