El deber de un gobierno es lograr al menos el denominado “estado de bienestar”, para lo cual debería implementar políticas y medidas que permitan el acceso de todos los ciudadanos a la educación, salud, asistencia social y al desarrollo personal. En el Ecuador del siglo XXI, un gran porcentaje de ciudadanos están resignados a que los gobiernos aspiren a cumplir solo las necesidades básicas. Esta frase pudiese parecer una utopía, pero es la realidad de muchas provincias del país, pues al momento existen ciudades que no poseen agua potable, carecen de alcantarillado, carecen de tratamiento y recolección de desechos, reciben contaminación permanente, no disponen de electricidad durante los estiajes y diversos problemas que disminuyen la calidad de vida.

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Tenemos alcaldes, prefectos y autoridades que pertenecen a distintos partidos políticos y pasan cuatro años sin lograr un consenso, ni mucho menos ejecutar una sola obra. Tenemos gobernadores que se enfocan en un problema en particular y no tienen idea de la realidad de la provincia. No tenemos una autoridad que articule un plan, un proyecto o un método sustentable para salir de la crisis que estamos inmersos. Del mismo modo que tenemos autoridades deficientes, también tenemos un pueblo conformista, pues nos hemos acostumbrado a la corrupción, a la falta de obras, etc. El ecuatoriano se ha desvinculado por completo del contexto político del país, el cual -se quiera o no- define las riendas del Estado y por ende las de cada uno de los que habitamos este país.

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En la Roma antigua existía una frase que quedó en la historia: “Panem et circenses”, lo que traducido al castellano sería “pan y circo”. Los emperadores pensaban que si tenían al pueblo con el estómago lleno y cada cierto tiempo les regalaban días de entretenimiento con espectáculos como luchas en la arena y representaciones en el teatro, sería suficiente para tener a la plebe contenta y que nadie cuestionara sus decisiones. Realizando la misma analogía, en el Ecuador del siglo XXI, los ciudadanos nos hemos acostumbrado a recibir dádivas de las autoridades, las cuales dan “pan” al pueblo mediante bonos, trabajo informal y subsidios, pero no le permiten crear una verdadera cultura de desarrollo, de tal modo que pareciese que les conviene evitar un pueblo preparado, sano y con capacidades que les permita escoger mejor a sus gobernantes. Las autoridades también hacen del país un “circo” para que el pueblo se entretenga, pero en vez de presentar gladiadores con espadas en un coliseo, nos regalan los altercados entre partidos políticos en la Asamblea, en el Ejecutivo y en muchas instancias de los poderes del Estado. Estas contiendas que toman un carácter personal desvían la atención del ciudadano hasta el punto de que nos parece divertido y apoyamos a uno u otro basados en cómo los diversos medios de comunicación expongan lo sucedido.

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¿Hasta cuándo nos darán solo “pan y circo”? ¿Hasta cuándo aguantaremos los ciudadanos a políticos y autoridades que poseen escasa o nula preparación y que no tienen capacidad de administrar, planificar y ser honestos? (O)