Los primeros meses de la administración de Daniel Noboa evidencian que el principal objetivo es reelegirse en 2025 con una plataforma centrada en la seguridad y más populismo en el frente económico. Según encuestas nacionales, el presidente goza de un nivel de popularidad por encima de 80 %. Por lo tanto, podríamos concluir que la estrategia va bien, pero la política ecuatoriana es cualquier cosa menos aburrida.

Algo similar experimentó el expresidente Guillermo Lasso, quien ante los primeros resultados del plan de vacunación contra el COVID obtenía alrededor de un 80 % de aprobación durante los primeros meses de su mandato. Lenín Moreno obtuvo altos niveles de aprobación luego de romper con el correísmo y llegó a su mayor aprobación en febrero de 2018 cuando eliminó la reelección presidencial. Moreno dejó Carondelet con apenas 9 % de aprobación en 2021 y Lasso con 12 %.

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Si bien Moreno le hizo un gran favor al país librándolo de un movimiento que no pretendía abandonar el poder ni compartirlo con otras fuerzas políticas, se dejaron para después las reformas económicas estructurales. Pero los problemas económicos continuaron profundizándose y la gente empezó a decir “mejor estábamos con Correa”. Además, no hay “descorreización” de las instituciones si continuamos con el modelo económico estatista del correísmo.

Cuando llegó Lasso, se pensó que ahora sí vendrían las reformas económicas. Pero estaba presente el deseo de ser reelecto y el peligro de ser destituido por los correístas y sus aliados dentro y fuera de la Asamblea. La administración de Lasso se puede resumir en “queremos, pero no se puede” por la falta de apoyo en la Asamblea, el “estado profundo”, “no hay equipo”, las leyes no lo permiten, etc. Todo esto es cierto, pero en un sistema presidencial, hecho a la medida de un aspirador a dictador, también hubo muchas atribuciones del Ejecutivo que no fueron aprovechadas. El problema con el deseo de ser reelecto es que se pueden tomar decisiones no porque sea lo que conviene al país, sino porque parece ser que eso obtendrá réditos en las encuestas o, al menos, no afectará la aprobación.

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Y es aquí donde el nuevo mandatario empieza a parecerse a sus antecesores. No se puede perseguir la gobernabilidad sacrificando el bienestar a largo plazo de los ecuatorianos. Noboa ha logrado que se aprueben leyes en la Asamblea, pero todas parecen encaminadas a atender el excesivo gasto público. No se tocan los intereses del sector público, cuyo botín continuará creciendo y obstaculizando el crecimiento económico.

La próxima administración, que no necesariamente será de Noboa a pesar de sus mejores esfuerzos, heredará una situación fiscal todavía más acuciante. La economía no tiene capacidad de crecer más sin reformas estructurales que la clase política no está interesada en implementar en el tamaño del Estado, la seguridad social, el régimen tributario, el mercado laboral y la internacionalización del sistema financiero.

Algunos están confiados en que el presidente será reelecto por su popularidad actual y su aparente éxito en el manejo de la seguridad. Por otra parte, los estados de excepción y la militarización de la seguridad ciudadana no son soluciones de largo plazo ni deseables en una democracia liberal. (O)