Las sociedades –particularmente las occidentales– se enorgullecen de ser tierra de oportunidades. Se nos ha dicho que el bienestar no se hereda sino se gana, y a eso se lo resumió con el nombre de “mérito”. Sin que importe el barrio en que se nace, el apellido que se porta o las difíciles circunstancias que lo rodean, es el mérito el que encarna la esperanza de superar las condiciones de vida.

Ciegos, sordos y mudos

Cada mañana creemos que si dedicamos suficiente esfuerzo y arduo trabajo llegarán las recompensas. También lo creyó Alexis De Tocqueville, quien escribió sobre las ventajas del Estado democrático. Tocqueville identificó que la tendencia a destacar individualmente es una fuerza poderosa, sobre todo cuando se cree que hay una igualdad de oportunidades; esos ingredientes “igualdad y trabajo arduo” son los elementos que despiertan del deseo de bienestar material. Y ese deseo –al mismo tiempo– mueve el aparato económico y social.

Esto no siempre fue tan evidente. Particularmente, en la Edad Media existía una marcada diferencia basada en los privilegios de clase social, etnia y género. Así, ser pobre, mujer y de grupos raciales no blanco, condenaba a un destino de insatisfacción de las más elementales necesidades, como la comida, la vivienda y la salud. Con la democracia, los países establecieron algunas reglas para canalizar la “igualdad de oportunidades”, una de esas son los concursos públicos para ocupar una plaza laboral.

Justicia y paz

Pero ¿qué sucede cuando se descubre que el trabajo arduo nunca será suficiente? Porque lo que prima son las componendas, el pago por un cargo, los amarres o la corrupción. De ahí que resulte escandaloso descubrir que alguien coloca a un pariente en un cargo de decisión, o que se logró un cupo universitario fraudulentamente.

Otorgarle un puesto remunerado a un pariente no solo genera incomodidad, sino un malestar que contamina todo, pues la figura de “nepotismo” permite que se piense que la corrupción, la falta de control de calidad en la gestión y la turbiedad ensucian todos los procesos.

El nepotismo es quizá el opuesto al mérito y la competencia transparente, pero también lo son la compra de puestos, la constancia de que hay quienes no cumplen los requisitos mínimos y, sin embargo, se embolsan cada mes ingentes recursos. La falta de una verdadera meritocracia desalienta, confunde y ratifica que en sociedades como la nuestra casi nada ha cambiado.

Se heredan las posiciones sociales, puestos laborales o el acceso a bienes y servicios. Se coloca a dedo o se compran cargos y lugares. Y la prensa ecuatoriana lo ha documentado ampliamente, hay toda una corrupción que mancha a las organizaciones. Entonces, por más esfuerzo que pongan las personas para alcanzar una mejor condición social o un puesto de trabajo, a eso se interpone no solo la desigualdad educativa y social, además hay una rosca de relaciones y corrupciones que atrapan al país.

Ojalá auditen la gestión no solo a unos pocos, sino a todos los periodos de gobiernos, los lugares, inclusive a instituciones autónomas, como universidades y empresas. (O)