Días atrás, un librero amigo de Quito, me envía la foto de un libro de Adelphi, la gran editorial italiana fundada por el escritor Roberto Calasso, fallecido en 2021. El libro era Las bodas de Cadmo y Harmonía, libro extraño escrito por Calasso, que se ha difundido como si fuera una novela cuando en realidad es un ensayo novelado sobre el alcance cognitivo de los mitos. Se trataba de una primera edición. Aunque ya tengo el título, quise verlo de visita a la librería Conde Mosca (nombre tomado del famoso personaje italiano de Stendhal). Publicado a fines de los ochenta y en perfecto estado, salvo por una dedicatoria que apenas sí leí por una caligrafía difícil, al ser un libro de segunda mano supuse que debió ser un regalo en algún momento. Por ser una rareza en librerías de Quito, y pensando en un amigo italiano al que le apasionan los mitos griegos y al que le gustaría leerlo, lo compré para darlo también como obsequio. Cuando llegué a casa, recién pude detenerme a descifrar la dedicatoria. Decía esto: “13, IX, ‘90. Per Alfonso Barrera con un saluto cordiale. Roberto Calasso”. Me dio una leve sorpresa: Calasso dedicaba el libro a quien supongo es Alfonso Barrera Valverde, destacado diplomático y escritor ecuatoriano. Lo había visto unos años atrás, ya muy mayor, y apenas pude conversar con él. La dedicatoria tiene más de treinta años. Debió ser firmada seguramente en Milán, donde está la sede de la editorial Adelphi y donde vivía Calasso, o en Roma, dudo que en Quito, porque no tengo referencias de una visita de Calasso a Quito, por lo que es más probable que ese encuentro se haya dado en alguna reunión diplomática en Italia. O incluso pudo enviarlo Calasso a Quito a través de algún amigo, lo que abre la posibilidad de una historia más elaborada.

A quienes les apasionan los libros, es posible que se encuentren con hallazgos sorprendentes si observan con atención. A veces he pensado que podría armar una crónica sobre libros dedicados que he encontrado en ciudades inauditas como Estocolmo, donde encontré un ejemplar de un libro del novelista colombiano R. H. Moreno Durán dedicado por el mismo autor al expresidente Belisario Betancourt. ¿Qué hacía en Suecia este libro entre dos colombianos? ¿Será que los diplomáticos se deshacen en el extranjero de los libros que les dedican los escritores? Volviendo a Alfonso Barrera, y a otros intelectuales que pudieron viajar y que sus bibliotecas contienen joyas bibliográficas, ¿qué ocurre con sus archivos cuando no cuentan con fundaciones que las conservan y difunden? Esta historia puede ser tanto una desgracia como una oportunidad.

Los libros tienen destinatarios y recorridos imprevistos. Lezama Lima hablaba del “hilo elaborado por el azar concurrente” y Carlo Ginzburg nos recordaba, al inicio de El hilo y las huellas, que el hilo que Ariadna donó a Teseo le permitió orientarse para salir del laberinto del Minotauro, pero que nada se habla de las huellas que dejó Teseo en el Laberinto.

He querido hablar de las huellas. Ni siquiera en grandes ciudades con bibliotecas notables y exigentes, los fondos bibliográficos cuentan con garantías. Nos solemos quejar de nuestros archivos nacionales en Ecuador, y en varios países de América Latina, pero lo cierto es que la tarea es casi imposible. Recuerdo la vitrina de una pequeña librería del barrio parisino de Belleville, que tenía un letrero que ofrecía libros de la biblioteca de… Maurice Blanchot, el gran crítico y filósofo francés. Nuestra reacción ante esta dispersión suele ser de tristeza, de lamento ante la borradura humana y el olvido. Hay que donar libros a bibliotecas serias, en crecimiento, donde el libro se mantendrá vivo; y cuando sea posible, hay que crear fondos que protejan no solamente libros, sino algo todavía más delicado: manuscritos, y que los pongan en movimiento con exposiciones y proyectos de investigación. Pero incluso frente a esto, los libros están sometidos al azar concurrente del que hablaba Lezama, la única manera para que sigan viajando en un trayecto impredecible al que siempre apunta la escritura. El principio latino del “sermo absentis ad absentem”, aplicado a la escritura de una carta, es decir, un texto escrito en ausencia de un destinatario y leído por un destinatario cuando el autor ya no está, se extiende para toda obra humana, y en particular los libros. Los daños colaterales de la desidia, el abandono, la destrucción, donde se pueden perder libros o manuscritos de gran valor, son también los que permiten la fuga impredecible de textos que probablemente no se habrían movido de su lugar de origen. El precio de esta aventura azarosa para que un libro llegue a nuestras manos es altísimo, y a veces no se justifica, aunque así ha funcionado el acceso a ciertas obras. Reconstruir las huellas que dejan los libros y las obras de arte es una aventura compleja pero no imposible. En un mundo donde parece que lo mejor es prescindir de lo complejo, este desafío sigue abriendo las mentes de ciertos lectores privilegiados que no se dejan derrotar y que a modo de detectives siguen su investigación lentamente, volviendo a mirar cada detalle, cada huella aparentemente insustancial, hasta que de pronto, lo marginal, lo accidental, lo que no se veía en primer plano, resulta que ofrece el sentido de una dirección por donde proseguir. Y es entonces cuando los textos hablan de otra manera, ya no son solamente el hilo explícito para salir del laberinto por lo que dice el autor, sino esa huella que el libro marcó en su recorrido, en las manos que los tuvieron, tanto las de quienes lo consiguieron con esfuerzo, con mimo o por casualidad, como de quienes se deshicieron por desinterés o pereza o abandono. Como tortugas o caracoles pacientes, los libros, la escritura, protegen su contenido a través del tiempo, y en la medida que supieron cifrarse con precisión, talento y vivacidad, llegarán lejos. (O)