No saldremos de la encrucijada que nos encontramos como país sin una profunda metamorfosis. Me produce una admiración extrema observar el proceso de la oruga que se convierte en mariposa. Hace pocos días me encontré con una de ellas, hermosa, verde, con sus manchas blancas, camuflada en una hoja del mismo color y no atinaba qué hacer. Sabía que se convertiría en una hermosa mariposa si la dejaba libre, pero también veía el destrozo que había ocasionado en la planta y le temía al escozor que produciría si me caía en alguna parte del cuerpo.

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Que este animal regordete se encierre en una cubierta protectora y sufra una transformación extrema, que sus tejidos y órganos casi se destruyan para convertirse en otros tejidos y órganos, que tenga que luchar para salir de la prisión crisálida que ella misma formó, que deba pujar para escapar de esa prisión y que el esfuerzo por salir ayude a la hemolinfa, esa sangre de los insectos, a circular por todo su cuerpo y le permita estirar sus arrugadas alas, me provoca un inmenso estupor.

Un proceso semejante estamos viviendo como país.

Alguien me comentaba: no sé qué pensar de mí. Por un lado, comprendo que los delincuentes jóvenes tienen en general una historia de maltrato y de carencias que en gran parte los han llevado a donde están ahora, pero otra parte de mí se alegra cuando los golpean, los someten y cuando llegan a matarlos.

(...) debemos aceptar el proceso que conlleva una creación nueva. Seremos los mismos, pero mejores.

Circulan muchos videos de agentes del orden que usan su poder cuando tienen a un enemigo vencido y entregado y lo golpean y lo torturan para obtener información, para borrar tatuajes, para humillarlos hasta convertirlos en algo parecido a insectos que una pisada puede acabar. Como en la novela de Kafka que se llama precisamente Metamorfosis.

Está claro que en una guerra no se pide permiso, ni se trata con guantes al adversario. Y la sociedad aplaude cuando las fuerzas del orden cumplen su deber con profesionalismo y eficacia. Nos sentimos seguros y lo agradecemos y aprobamos.

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Pero hay una fina línea que no se debe cruzar si no queremos convertirnos en aquello que combatimos.

Esta sociedad saldrá mejor si logra mancomunadamente, autoridades y ciudadanía, combatir el narcotráfico en todas sus etapas, sin olvidar las más importantes, aquellas de los negocios que la sostienen y el poder político que se alimenta de ellas. Si apoya a las autoridades honestas y elimina de sus guaridas a los jueces cómplices, a los extorsionadores que reclutan niños de 12 años, les dan motos y armas y les pagan para que sean sicarios. Esos que después muchos claman para que los ejecuten, mientras escuchan en sus pantallas a capos de la delincuencia actuar como entrevistadores y formadores de opinión. Si logra entusiasmar a todos los jóvenes, porque la equidad será un camino y una meta para construir un país donde las leyes se respeten y se sientan orgullosos de decir yo nací en Ecuador.

Tras las batallas clave de la guerra

Si elegimos la revancha, el odio como bandera y el maltrato como costumbre, nuestra metamorfosis será como la que plantea Kafka en su novela, una involución en vez de una transformación.

Personalmente le apuesto a salir transformados para bien, aunque debemos aceptar el proceso que conlleva una creación nueva. Seremos los mismos, pero mejores. (O)