Si no vio todavía La sociedad de la nieve, se la recomiendo vivamente. Primero porque es una gran historia, segundo porque es una gran película y tercero porque es una lección formidable. Es el relato audiovisual de una epopeya de la humanidad, que quizá no valoramos tanto por estar cerca en el tiempo y en la geografía. Intuyo que, aunque ya sean muchos más los que no siguieron en directo la tragedia, todo el mundo sabe lo que pasó en los Andes entre el 13 de octubre y el 23 de diciembre de 1972, y la epopeya crece cada día.

La novedad y la gran diferencia de esta nueva película, comparada con otra que se estrenó en 1983 y se llamó ¡Viven!, es un defecto de origen: ¡Viven! es una película norteamericana, basada en un libro, también de autor gringo, publicado a las apuradas en 1974. La historia de La sociedad de la nieve es la misma, pero muchísimo mejor contada en el libro del uruguayo Pablo Vierci, amigo y compañero de los vivos y de los muertos del avión, con guion y dirección de Juan Antonio García Bayona. El gran acierto de Vierci y Bayona es el relato, en el que los 29 muertos son tan protagonistas como los 16 sobrevivientes. Pero además la película está representada por actores más cercanos a los verdaderos protagonistas.

En una entrevista que le hicieron en una radio de Buenos Aires, Carlitos Páez dijo que si hubiera sido un avión de línea habrían muerto todos en la montaña peleando entre ellos.

Tan cercanos son que uno de ellos interpreta a su propio padre: Carlitos Páez hace el papel de Carlos Páez Vilaró. Páez Vilaró fue figura principal del arte uruguayo y también de los negocios inmobiliarios. Por su posición económica y porque su hijo era uno de los pasajeros, lideró y financió la búsqueda de los accidentados en la tragedia y nunca se dio por vencido, ni cuando las fuerzas de seguridad chilenas dieron por terminada la búsqueda. Fue él mismo quien el 22 de diciembre de 1972 dio la noticia de los sobrevivientes que todavía estaban en la montaña, sumados a los dos que habían llegado a la civilización en busca de auxilio para los 14 que quedaron en el glaciar de Las Lágrimas. Los dio por teléfono, con nombres y apellidos, al Uruguay y al mundo. Es quizá la escena más conmovedora de la película, para la que Carlitos tuvo que adelgazar unas cuantas libras para salir cercano a su padre en los escasos tres minutos que dura su bolo.

En una entrevista que le hicieron en una radio de Buenos Aires, Carlitos Páez dijo que si hubiera sido un avión de línea habrían muerto todos en la montaña peleando entre ellos. Se refería al hecho de que el avión en el que se estrellaron había sido contratado para el viaje del equipo de rugby de los Old Christians, antiguos alumnos del colegio Stella Maris, de los Christian Brothers irlandeses.

Los argentinos no van a salir adelante si no se unen, dijo también por la radio. Y es cierto: son muchas más las cosas que nos unen a los argentinos que las que nos separan, pero nos alimentamos de las que nos separan y rechazamos las que nos unen. El Uruguay, en cambio, es un país unido por un ideal republicano en el que la gente piensa distinto sin dramas. Pensar distinto no es nunca una debilidad; es una fortaleza inmensa y también es la base elemental de la unidad, que no hay que confundir con uniformidad: eso sí es pensar igual, y es una desgracia. (O)