Me resisto a escribir de fútbol. Joao Rojas, un modesto jugador que acaba de liberar el Monterrey, dice estar listo para firmar con cualquier club grande que requiera sus importantes servicios. Barcelona está en Nueva Jersey para jugar en un estadio de 7.000 espectadores. Su rival: un clubcito de barrio. En las filas del ídolo estará un ‘temible’ artillero Djorkaeff Reasco. Su eficacia mete miedo: 15 goles en 101 partidos.

Voy a contarles una historia que ya cumplió un siglo. En 1920 se hallaba en Guayaquil un mozo holandés, alto y corpulento. Pese a ser extranjero y tener dificultades con el idioma español, Eric Van den Enden –que así se llamaba el joven de la historia– con su avasallante personalidad y un apreciado don de gentes se fundió en la vida de la ciudad. Era un practicante de la lucha grecorromana. En 1922 abrió una escuela de este deporte y a inicios de mayo un luchador alemán, Ignatz Kutsza, lo desafió a un combate a tres asaltos de diez minutos cada uno, por cinco de descanso

La contienda despertó gran interés, pues Kutsza era presentado como un deportista alemán que había sido campeón del Ejército de su país. Sin embargo, la victoria del holandés fue muy amplia y Kutsza quedó muy mal parado.

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En su defensa salió otro alemán para vengar a su compatriota: J. Tagscherer. El reto público fue aceptado siempre que Tagscherer “ante conocidos sportmen de la localidad y miembros de la prensa” muestre sus conocimientos, su peso exacto en kilos o libras, y se presente el día 30 de mayo en el Teatro Olmedo, para poner en evidencia sus virtudes”.

Tagscherer, a la hora señalada, se presentó ante un jurado integrado por Jorge Abudd, Alfredo Arteaga, Manolo Vizcaíno, Julio Wickenhauser, Manuel Aguiñaga, Guillermo Peterson, Miguel Gelo, doctor Guillermo Molina y Estéfano Farah, quienes certificaron que el alemán poseía “perfectos conocimientos de lucha y que su peso se hallaba de acuerdo a su aseveración”.

El 9 de junio de 1923, en el Teatro Olmedo, se cumplió el desafío. Los dos primeros asaltos fueron parejos. Lo que se presumía un fácil triunfo de Van den Enden se transformó en una ruda pelea. Recién en el tercer episodio pudo el holandés imponerse a Tagscherer entre los aplausos del público.

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Al siguiente día el alemán pidió la revancha, que fue aceptada por Van den Enden. El 24 de junio, tras un primer asalto equilibrado, a los ocho minutos del segundo round, Van de Enden puso de espaldas a Tagscherer entre los aplausos de los guayaquileños que lo había convertido en su favorito. Al día siguiente El Telégrafo publicó una carta de un luchador que firmaba como Míster Aladar, de quien se decía era un hispano-alemán que hacía demostraciones circenses de fuerza. En su misiva Míster Aladar amenazaba con “despanzurrar a Abudd, desnucar a Perscheman y romperle las costillas a Van den Enden”. Las fanfarronadas de Míster Aladar no eran puro cuento. Se trataba de un fornido y rudo extranjero “que hace malabares con las pesas de hierro y tiene la profesión de romperse tablas en la cabeza”, como lo describió el periodista que firmaba con el seudónimo de Sportman en El Telégrafo.

Para probar que no hablaba por gusto, el 22 de julio de 1923 en el American Park hizo una demostración de fuerza ante un numeroso público. El insólito Aladar levantó sobre su pecho un piano y luego dejó pasar sobre su cuerpo tres automóviles. El público quedó absorto, sin poder creer lo que había visto. El 25 de julio Míster Aladar volvió al American Park como se anunció en grandes avisos, llamándose “campeón mundial de fuerza y atleta moderno” y “el hombre de la cabeza de hierro”.

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Van den Enden era considerado invencible, pero lo que se había visto en los últimos días en el American Park no permitía conceder al holandés la más mínima posibilidad frente al asombroso Míster Aladar. Combatirían en tres rounds de 20 minutos, por cinco de descanso. Si no había definición la lucha se prolongaría hasta que hubiera un ganador.

El 31 de julio de 1923 las instalaciones del Teatro Edén, en 9 de Octubre entre Chile y Chimborazo, no alcanzaron para el público que quería ser testigo del “combate del siglo” en Guayaquil. A las 22:20 se inició el pleito. El primer asalto transcurrió sin que se observen ventajas para alguno de los contendientes. En el segundo el combate seguía parejo.

A las 23:20 se inició el tercer episodio, pero no pudo romperse el equilibrio pese a la calidad de las “tomas” y “llaves” con que los luchadores trataban de imponerse. A las 23:50, pasados los tres rounds pactados, los combatientes salieron al centro del encordado para seguir “a finish”, sin descanso y con interrupciones solo para secar sus torsos cada diez minutos.

El jurado consideró que ya habían pasado dos horas de pelea. Entonces adoptó una decisión que se anunció: concedió un término perentorio de diez minutos de lucha, transcurrido el cual, si no había definición, se iba a declarar un empate. Míster Aladar se pronunció porque se amplíe un poco el plazo, luego del cual aceptaba el empate. Van den Enden votó por seguir combatiendo sin descanso hasta vencer o ser vencido.

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Cuando faltaban 20 minutos para la una de la madrugada se lanzaron los contendores con gran decisión. Van den Enden hizo una “presa” en el brazo izquierdo de Aladar y lo estrelló contra el tapiz. Aladar logró evadir la llave, pero volvió a ser dominado y vencido cuando habían transcurrido siete minutos y medio.

El público se lanzó al escenario y paseó en hombros a Van den Enden. Míster Aladar había mostrado predilección por las “presas” a la cabeza y su rival a las del tórax. Alguien opinó con suficiencia: “fue una cintura de reverso con corbata lo que perdió a Aladar”.

Pasados unos días Aladar solicitó una revancha. Alegaba que le había faltado aire al final de la pelea por falta de aclimatación. Van den Enden, caballerosamente, aceptó el nuevo desafío. El 21 de agosto de 1923, en el mismo Teatro Edén tuvo lugar el nuevo choque. Desde el primer momento el hispano-alemán demostró que quería la victoria a toda costa.

En el asalto inicial por tres veces empleó golpes prohibidos como “torsión de la barba y brazo a la americana”. En el segundo round, a la vista de todos, aplicó al holandés un “molinete de catch as can” y una “cintura por la espalda invertida”, al tiempo que oprimía la faringe del rival. Van den Enden demostró que sus conocimientos eran mejores que los de Aladar y en la pelea limpia obtuvo gran ventaja.

Aladar desesperó y cuando iba a terminar el primer episodio aprovechó de un puente para ejecutar sobre su rival la terrible “torsión de brazo sobre el tapiz”, llave prohibida que obligó al jurado a suspender el encuentro por descalificación de Aladar, quien reaccionó y quiso pelear a puños con el holandés, al tiempo que desafiaba “a la criolla” a los miembros del jurado. El alemán Willy Schmitz lo secundó, pero subió Jorge Abudd a respaldar al holandés y hubo puñetes que volaban hasta que intervino la Policía. Unos cuantos toletazos pusieron paz en el entarimado y cerraron un capítulo memorable y anecdótico del deporte guayaquileño. (O)