La oleada de violencia en nuestro país nos obliga a desarrollar, en lo posible, la capacidad de adaptarnos y superar con la flexibilidad razonable las situaciones límites que pudieran acecharnos. Y ser pragmáticos. Por supuesto, nos corresponde atender informaciones que provengan de canales oficiales del Gobierno y confiar en su gestión de la crisis. No existe experiencia nacional similar a la que nos envuelve y por ello solo nos resta aprender y beneficiarnos de la forma como otros países enfrentaron y controlaron el narcoterrorismo. Emular especialmente su capacidad de resiliencia.

Conflicto armado interno

La población de Colombia de los años 80 y 90 soportó la dura experiencia de un martirio al que la sometieron los capos del narcotráfico de la cocaína. El principal protagonista fue Pablo Escobar, por el poder que logró al corromper con su dinero a miembros de las autoridades y de la política en el país, y que tal vez está siendo imitado aquí en Ecuador por los capos que actúan en alianza con ciertos carteles mexicanos.

Expertos en la materia afirman que el pueblo colombiano durante los años de terror, muerte y prepotencia de la mafia, desarrolló resiliencia. Ese pueblo hermano asumió valientemente las amenazas y violencia de los barones de la droga. Y así, en los años posteriores, con coraje y espíritu de unidad nacional mejoraron su seguridad y prosperidad, sin desconocer que los ataques terroristas han continuado, pero con menos frecuencia.

¿Cuándo perdimos?

Ante los cobardes atentados para infundirnos terror debemos seguir el ejemplo colombiano y plantar la cara a los corruptos, violentos y narcoterroristas. Aceptemos también que las circunstancias actuales no son las mismas.

Hoy los brazos del terrorismo y del narcotráfico traspasan los límites territoriales y, por tanto, nuestra lucha debe ser integral. No solo se trata de recuperar la paz y la libertad, sino también de recuperar la soberanía (afectada por carteles mexicanos y balcánicos) y la democracia. Por ello, necesitamos redoblar nuestra resistencia al embate externo e interno y apoyar las actividades de las Fuerzas Armadas que han hecho importantísima presencia en el cumplimiento de su sagrado deber de protegernos y defender la pervivencia del Estado.

Las vivencias trágicas de estos días, estimados lectores, nos exigen conceder una tregua en nuestras críticas al Gobierno y a cambio respaldar sus iniciativas, pero al mismo tiempo insistirle en la necesidad de pedir apoyo internacional, tanto para el combate de las mafias narcotraficantes como para rehacer el sistema judicial y para luchar contra la corrupción que lo ha puesto al servicio de la narcopolítica. Hay que aprovechar la ayuda que puede darnos el secretario general de Naciones Unidas, quien ya expresó preocupación por el drama ecuatoriano. Solos no podremos erradicar la influencia del crimen organizado internacional.

También debemos ser pragmáticos. Por ejemplo, repreguntar al pueblo que en razón de la emergencia anotada se reconsidere y postergue por cinco años la suspensión de la extracción del petróleo del Yasuní, para usar esos recursos en esta dura lucha. (O)