Es posible que el pueblo apruebe la necesidad de una nueva constitución y ojalá que los elegidos para redactarla sean personas sabias. Hay que adaptar la norma suprema para dar un marco profundo y bien redactado que nos sirva en los próximos años.

Me parece que, además de consagrar los derechos fundamentales de los seres humanos y su entorno natural, debe privilegiar el trabajo honrado. El capital es, en el fondo, trabajo acumulado. Cuando las personas ganan más de lo que gastan, guardan el excedente o se lo confían a las instituciones financieras. Estas lo dan prestado y cobran un interés que a veces comparten con los ahorristas. El trabajo permite satisfacer las necesidades y pagar los impuestos con los cuales el Estado financia los servicios públicos. Sin trabajo no hay escuelas ni hospitales ni seguridad. Nada.

Hay dos estadistas gigantes del siglo pasado cuyas vidas se deben estudiar y más sus obras. El primero es Franklin Delano Roosevelt. Asumió el poder durante la más grande crisis del sistema capitalista, en los años 30; sacó el dinero del tesoro de los EE. UU. y lo invirtió en carreteras, presas hidroeléctricas; creó empleos y un círculo virtuoso de producción, consumo y progreso. Al terminar esa década, su país era una de las grandes potencias del mundo. Cuando fue necesario, reconvirtió industrias y astilleros para construir armas y barcos con los cuales pudo auxiliar a Gran Bretaña y Rusia a ganar la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt y Churchill, con Stalin, destruyeron el nefasto imperio nazi de Hitler.

El otro gran estadista fue Deng Xiaoping. Estudió en Francia y trabajó como obrero, lo contrario de Roosevelt, que fue un aristócrata rico. Deng se dio cuenta de que el sistema colectivista de Mao había fracasado. La Revolución Cultural había causado hambrunas, muertes, ineficacia y más pobreza. Deng tuvo el valor de cambiar el sistema. Permitió el ingreso de capitales y tecnología extranjeros y liberó la creatividad innata del pueblo chino. Solo reservó para el Estado las actividades estratégicas. Todo lo demás se privatizó. Se vendieron negocios a inversionistas chinos y extranjeros y China empezó a progresar. El mundo se asombró cuando el crecimiento del PIB de China se mantuvo constante a tasas inéditas durante varios lustros. Ahora, es la segunda potencia mundial. La pobreza disminuyó en forma acelerada y en las listas de multimillonarios hay muchos nombres chinos. Su tecnología les permite hasta tener presencia en el espacio exterior.

En su mensaje al asumir el poder, el 4 de marzo de 1933, Roosevelt dijo: “Nuestra constitución es tan sencilla y práctica que siempre resulta posible hacer frente a necesidades extraordinarias por medio de cambios de detalle, sin hacerle perder su forma esencial. Por eso, nuestro sistema constitucional ha resultado ser el mecanismo político más soberbiamente resistente que el mundo ha conocido jamás. Con él hemos hecho frente a todos los trastornos de la vasta expansión del territorio, de guerras exteriores, de amargas luchas intestinas, de relaciones mundiales”.

Así son los estadistas que hacen grandes a sus naciones. (O)