El anunciado acuerdo entre Estados Unidos y Ucrania para explotar minerales raros o cruciales (tierras raras) en suelo ucraniano invita a reflexionar sobre las dinámicas inmersas. En Ucrania hay 21 de las 30 sustancias que la Unión Europea define como “materias primas críticas”, y que representarían el 5 % de las reservas mundiales. Muchos de esos minerales están en territorios ocupados por Rusia.
Desde el inicio de la invasión rusa (febrero de 2022), el discurso diplomático predominante defendió el orden internacional, la soberanía nacional y los valores democráticos. Sin embargo, parece que otros factores estratégicos se sumaban a esa ecuación; por ejemplo, los depósitos que posee Ucrania de litio (450.000 toneladas), titanio, grafito y otros minerales raros que son elementos indispensables para la transición energética y el desarrollo tecnológico global.
El convenio que se proyecta firmar hoy, viernes, sería un vuelco hacia una diplomacia más explícita en la política exterior norteamericana. La actual administración se ha enfocado directamente en sus intereses estratégicos: cooperación en seguridad sí, pero vinculada a acuerdos sobre recursos naturales de interés mutuo.
La postura estadounidense en la ONU de no condenar la agresión rusa sugiere ser parte de la negociación del convenio y de reorientación de sus prioridades, donde los intereses económicos y de seguridad nacional adquieren un papel preponderante en su política exterior. También refleja una corriente de pensamiento que siempre ha existido en las relaciones internacionales: la coexistencia de principios e intereses estratégicos.
Lo significativo no es que Washington busque asegurar su acceso a recursos naturales críticos –práctica común entre potencias mundiales–, sino la evolución hacia un enfoque más pragmático. Las tratativas con el Gobierno de Zelenski (y de pasada calificándolo de dictador y de iniciar el conflicto) para alcanzar el acuerdo pusieron de manifiesto esas complejas dinámicas de poder, incluso en las relaciones entre aliados estratégicos. Para Ucrania, el dilema tiene dimensiones existenciales. Necesita del convenio para conservar el apoyo internacional –y el estadounidense principalmente–, para preservar la integridad de su soberanía. Pero su presidente también debe cuidar en la negociación los preciados y raros recursos de la contraprestación, que constituyen la base de su prosperidad económica futura.
No hay que olvidar a China, quien domina en gran parte el procesamiento mundial de las tierras raras y sigue con interés los acontecimientos que podrían modificar el equilibrio en este sector. A su vez, Europa, con sus propios desafíos de dependencia energética y de materias primas, observa atentamente el desarrollo del juego de poder.
El convenio previsto será muy significativo en la evolución o para el final de la guerra en Ucrania, y redefinirá las relaciones internacionales contemporáneas. Habrá una nueva diplomacia, con mayor claridad en su lenguaje, si se tratare de colaborar para preservar la soberanía de países débiles y de asegurar para el protector el acceso a minerales “críticos”. (O)