Todo el mundo exige salud, educación, seguridad, agua potable, aire limpio, recolección de excretas, servicios que hacen posible y facilitan la vida de las personas, pero al justo reclamo se debe añadir que sean de calidad, es decir, eficientes. Pero no todos miran la otra cara de la moneda, que es cómo financiar o pagar tales servicios. Nos gusta que nos den todo gratis, pero desafortunadamente, el mayor prestador de tales servicios es el Estado y este vive de los impuestos.

Daba grima escuchar a un dirigente del movimiento indígena exigir que se reduzca el costo del diésel o que se deje sin efecto su incremento y al mismo tiempo plantear un incremento del salario mínimo vital a una cifra impagable. No sabe que el Estado es el mayor empleador del país: los maestros, los miembros de la fuerza pública, los médicos y enfermeras, los burócratas que mueven la administración pública. Ese dirigente hizo pública su ignorancia y con su irresponsabilidad demostró lo mal conducido que estaba el movimiento indígena. Además, permitieron sus líderes que en sus filas se incorporaran los vándalos destructores, esos que disparaban armas caseras de fuego, que pincharan los neumáticos de los automotores y que obligaban a unirse al paro a quienes querían comprar un tanque de gas. ¿Buena fe, patriotismo?

Y ahora otra pregunta: ¿qué educación? Si los profesores no saben lo que enseñan, los alumnos no podrán superarse y el futuro se oscurece porque las futuras generaciones no tendrán los conocimientos suficientes para triunfar en la vida. Tengo una penosa experiencia de mi desempeño como ministro de Educación en la presidencia de Sixto. Me afané en hacer una reforma curricular en la esencial educación básica, pensaba que en dos o tres generaciones las personas serían mejores. Una inteligente profesora me hizo notar que el problema de la insuficiencia de conocimientos del magisterio podía hacer fracasar el esfuerzo. También me lo dijeron los técnicos de la Espol. Uno de ellos me dijo que los profesores de matemáticas eran malos, no concitaban la atención de sus alumnos, porque no sabían la materia. Había que lavarles el cerebro y enseñarles otra vez desde cero.

Un mal médico puede convertirse en un asesino involuntario si sus insuficientes conocimientos no le permiten diagnosticar y recetar la medicina precisa. Sentí vergüenza ajena ante la noticia de que un médico ecuatoriano, en la Argentina, hacía trampa en exámenes de aptitudes.

Esas profesiones son tan importantes que deben estudiarse con mística y capacidad intelectual para aprender sus secretos. Los profesores y los médicos deben ser estudiantes perpetuos. Por lo mismo tienen que ser bien remunerados.

El problema con los maestros es que nunca en la historia universal ha existido un Estado que los privilegie. Son mal pagados y sobre esta injusticia la otra de no pagarles a tiempo.

Salud, educación, claro que sí, pero de la mejor calidad posible. Un político ignorante puede hacer mucho daño. Y esta idea de la buena calidad humana debe ser la norma para los partidos políticos que nos presentarán candidatos a la próxima constituyente. Sabiduría y honradez. (O)