Hay cenizas. Nuestra memoria es un operativo arqueológico, de saqueo de restos, de melancolía. El Foro de Pompeya es una típica plaza central romana, de forma rectangular y cuya orientación va del norte al sur. Al fondo, hacía el norte, está el Vesubio, o la fuerza de la naturaleza, que arrasó con todo. En la esquina opuesta, la Basílica: la corte o tribunal, el espacio en donde se administraba la justicia. La contemplo como si viera en esas ruinas un resplandor en el que se hallara un misterio cifrado.

Nunca, en la niñez, dudé de lo que haría en el futuro. Fue una pulsión más que un presentimiento. Ahora ya no podré hablar con mi abuelo Edgar de este viaje. De esta Pompeya convertida en piedras que se aferran al tiempo. Él se ha ido para siempre y quizá yo, con mi vocación de abogado, soy sus ruinas, que reconstruyo una y otra vez cuando los Vesubios estallan y arrasan con todo.

No sé cuándo empezó mi amor por Roma. Quizá fue en el Colegio de Jurisprudencia, cuando mi profesor de derecho romano -Jaime Vintimilla- me transmitió su emoción por un mundo perdido y reencarnado en nuevas normatividades. Dar a cada uno lo suyo, había sido la forma que encontró Ulpiano para describir la profesión que me había elegido, hoy tan vuelta cloaca en el Ecuador. La primera clase que pude dictar como jurista fue Instituciones del derecho romano. Pompeya, por eso, es como volver. Regresar para siempre al mundo en que mi abuelo estaba vivo y buscaba esta escritura mía que hablaba de viajes y regresos.

Camino por la Avenida de la Abundancia consiente de que busco recobrar el acto literario. Narrar este nuevo mundo que se va llenando de ausencias. Lupanares, termas, campañas electorales, casuchas, villas portentosas, o mosaicos. La sombra del Vesubio en el horizonte esgrime que todo es frágil. Por eso la literatura deja de ser posible. Por eso las lenguas mueren y solo quedan vestigios y silencios. ¿Cuántos gritos resuenan en estas calles? La paz de los muertos es la soledad de los vivos.

El fin de las civilizaciones se parece a la muerte de los que más amamos, porque se reconfigura el mundo. Kundera decía que los imperios y los amores se sostienen en una idea. Una idea que desaparece, irremediablemente. ¿Cuál es la idea detrás de mi escritura? ¿Cuántos afectos se pueden salvar en el lenguaje literario? ¿Salvarse del apocalipsis volcánico o del mero paso del tiempo que lo arrasa todo? Pompeya fue fundada por oscos y consolidada por etruscos. Se volvió aliada del imperio más poderoso de su tiempo. Luego luchó contra Roma por su autonomía. Sila la rindió. Luego del año 79 quedó enterrada y se volvió el delirio de los saqueadores de antiguas riquezas ajenas. Hoy es una villa turística que nos hace a la Antigüedad un poco más cercana.

Hay viajes hechos de cenizas. Subo al cono del Vesubio, por un sendero de treinta minutos, con la Nápoles de mi adorado Paolo Sorrentino a mis pies. El mar es un espejo del cielo: la costa amalfitana, Capri y Prócida asoman su rostro en el borde del sol de la tarde. El olor de la tierra húmeda envuelve al cráter. Ya no le contaré a mi abuelo Edgar que subí a la cumbre del poderoso Vesubio y que cuando contemplé a la nueva Pompeya pensé en él, como se piensa en el mar. Otros amores tendrán que aprender a escuchar estas historias de viajes. Pompeya ardió bajo la lava y los gases del volcán. Algo arde en mi vida. Alzo una copa por los que ya no están. Por su extraña forma de acompañarnos, como montañas sagradas. Todos debemos rehacer ciudades tras el estallido de los Vesubios. La paz es una región de Italia. El sol arde en el horizonte. (O)