A raíz del atentado contra el político colombiano Miguel Uribe Turbay, a un conocido activista conservador argentino “se le salió” decir que “no hemos odiado lo suficiente a los zurdos”. No se refiere a las personas que usan más la mano izquierda, sino a los partidarios de la implantación de cualquier socialismo. ¿Se puede creer que este continente y este mundo necesitan más odio?
El odio es la cara fea del amor, su versión patológica, su cadáver putrefacto y criminal. Bien se dice que del amor al odio solo hay un paso. El amante defraudado odiará al mismo amado si quiere dejarlo, o a quien intente arrebatarle a lo amado. Al decir “amante” uso la palabra en su primer sentido, es el que ama, cualesquiera sea el objeto “amado”, cuya posesión quiere.
En todo caso, se ve, y se debe entender así, que el odio y el amor nunca son pasiones abstractas, no se odia “la traición”, se odia a ese que te traicionó.
Se equivocan los clérigos que enseñan que se debe odiar al pecado y no a los pecadores, no ocurre así, el pecado tiene cara humana en la mente de los santos. Es lógico, porque solo los individuos tienen existencia real, los colectivos son abstracciones difíciles de imaginar.
De igual manera, la pasión correlativa, el amor, también se realiza siempre en un rostro, el de la amada, el del profeta o el del caudillo. Cierto es que en expresiones de odio violento se han destruido templos y sedes políticas, pero siempre les complace más producir unas cuantas decenas de “mártires”. En todo caso, la destrucción de las cosas tiene por propósito dañar al enemigo en su ánimo.
La manipulación de las pasiones siempre es peligrosa. Hay una vía abierta que va del amor al odio extremos. No importa lo bueno y sublime que sea el objeto amado. Por “amor a Dios” hemos visto feroces matanzas, esta pasión alentó los tétricos autos de fe de la Inquisición. Un sentimiento parecido desata la locura homicida del Estado Islámico y de Hamás. Todo esto no es muy distinto del triste crimen pasional. Pero si lo vemos desde el otro lado, el amor o los amores son la fuente de los mayores bienes que pueden experimentar los seres humanos, el motor que impulsa los más hermosos actos de bondad y creatividad. ¿Cómo hacer que esa fuerza permanezca a servicio del bien?
Corresponde a todos aquellos que cuentan con cierto poder de convicción, a los que les ha sido dado cualquier tipo de carisma, no exacerbar las pasiones y procurar alinearlas con la razón. Políticamente esto significa la apuesta por la república, por ese sistema en el que toleramos al grado máximo al distinto, al que no amamos.
La genialidad de Jorge Luis Borges concurre en mi auxilio para decir “no odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz”.
¿Imposible, utópico? No, también la semana pasada vimos un acto republicano ejemplar. Tres presidentes uruguayos, de tres distintos partidos políticos, concurriendo juntos, tolerantes y corteses, a recibir el Premio Ana Frank a los derechos humanos. ¡Qué envidia! No en vano ese país tiene los mejores índices de desarrollo humano en este vapuleado subcontinente. (O)