¿Cuándo se es demasiado joven para ser presidente? Durante décadas el debate político y constitucional respecto a la edad adecuada para ser presidente ha girado en torno a la edad mínima, toda vez que se aseguraba que solo a partir de cierta edad una persona tenía la capacidad reflexiva, el conocimiento vital y la madurez necesaria para asumir la más alta investidura de un país. Obviamente, los argumentos que se utilizan para debatir sobre la edad mínima están inevitablemente sujetos a varios prejuicios que, con el paso del tiempo, han venido variando al punto de que el recelo ante la llegada de un joven gobernante se ha transformado en entusiasmo y expectativa ante tal posibilidad.

Ahora bien, la campaña presidencial de los Estados Unidos nos está llevando a otra reflexión respecto de la edad adecuada para ser presidente, específicamente ¿cuándo se es demasiado mayor para serlo? Los continuos desajustes y equivocaciones del presidente Biden en sus apariciones públicas han permitido que se genere una de las mayores controversias que se recuerdan en tiempos recientes en los Estados Unidos tratándose de la edad del gobernante. A diferencia de la representación de la sabiduría y del conocimiento en el político viejo, lo que ahora se menciona es que, a partir de cierta edad, se pierden facultades mentales y cognitivas –con mayor razón si se acepta la tesis de que un presidente envejece más que una persona normal mientras esté en su cargo–, lo que trae consigo escenarios de eventual riesgo para el orden interno y externo de un país.

¿Nos afecta el debate presidencial de EE. UU.?

El presidente Trump y América Latina

El problema en el caso específico de Joe Biden es que no existe un conocimiento real acerca de una eventual disminución de sus facultades mentales debido a una enfermedad o si se trata simplemente de que el paso de los años influye en cada persona de distinta manera.

Hay quienes sugieren que más que analizar si un candidato es demasiado anciano o no, los electores deberían indagar si un candidato puede mental y físicamente con el cargo. Esa es una idea relevante pues esa necesidad de conocer si un candidato se encuentra mental y físicamente apto para el cargo presidencial trasciende la discusión de las edades, pues sería muy posible que un candidato relativamente joven, 40 años por ejemplo, carezca de esa actitud física y mental, mientras que un político muy mayor sí la tenga.

En esa línea de reflexión, la edad de un candidato presidencial no debería estar sujeta a la fría fijación de un número de años, sino a la incorporación de datos personales que usualmente escapan del conocimiento ciudadano, por lo que cada vez más se señala que los candidatos por exigencia ciudadana deberían considerar dar a conocer su estado de salud físico y mental. “Debes llevar la delantera, hablar con franqueza y educar al público en caso de que enfrentes algún problema en particular, eso te humaniza”.

El problema en realidad se da cuando en lugar de experiencia y conocimiento, el paso del tiempo convierte al político en rehén de sus propios excesos y frustraciones. Para eso no hay remedio. Para todo lo demás siempre habrá alguna solución. (O)