Nadie en su sano juicio puede negar las humillaciones y opresiones históricas a las que los pueblos indígenas fueron sometidos por los españoles, los mestizos, los gamonales y las autoridades eclesiásticas. Aunque habría que ponderar que cada una de ellas tuvieron honrosas excepciones.
Como tampoco se puede negar que los mismos indígenas fueron sometidos por sus pares. El imperio quichua y maya no sometieron a los pueblos haciéndoles caricias. Los mitimaes, cuyos descendientes pueblan regiones de nuestro país, son algunas de las evidencias de las luchas por el poder que se desarrollaron con quienes se transformaron en sus súbditos y que desplazaron poblaciones enteras, como en las guerras actuales.
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Que muy cerca nuestro, y aún ahora, la situación de la mujer no es la mejor en las comunidades indígenas. Hasta no hace mucho tiempo, los padres llegaban a vender a sus hijas y entregarlas a los varones de su comunidad, por solo citar algunas de las prácticas opresoras que asolan los campos. La admirada Ana María Huacho, que trabaja por la superación de las mujeres violentadas, es solo un testimonio de esas prácticas nefastas.
Viví en Yaruquíes, Chimborazo, muy cercana a las comunidades indígenas, vendía en el mercado de San Alfonso con ellos. Era práctica común que los indígenas dieran la mano envolviéndosela en el poncho, no se consideraban dignos de estrechar la mano del blanco; que en los buses tuvieran que sentarse atrás, aunque el bus estuviera vacío y en las iglesias se acuclillaran en los pasillos porque no podían ocupar los bancos de blancos, que tenían una placa con sus nombres.
Si bien no hay que ignorar las opresiones, ni el daño causado, no se puede generar miedo...
La historia humana está llena de esas aberraciones y otras aún peores. Inventamos los campos de concentración, la tortura, las dictaduras, la inequidad, dimos pie al hambre y a la explotación, y aunque somos capaces de llegar a otros planetas, de descubrir galaxias y agujeros negros, no somos capaces de eliminar el hambre de nuestra tierra, ni de respetar la naturaleza de la que somos parte. Los indígenas son los más sensibles guardianes de la biodiversidad y todo el país debe agradecerles la defensa de la Amazonía, que es la defensa del planeta.
Si bien no hay que ignorar las opresiones, ni el daño causado, no se puede generar miedo, capitalizar el descontento amenazando con acciones violentas que pueden llevar a enfrentamientos brutales entre ecuatorianos, con vidas sacrificadas de por medio, para lograr una justicia que es aspiración de toda la ciudadanía. Si se comprueba que hay una chispa encendida lo correcto es apagarla, no incentivarla echándoles la culpa del incendio a las autoridades, porque quien lo indica también es autoridad y por lo tanto es tan responsable como aquellos a quienes señala.
El camino de la democracia es arduo y muchas veces más lento de lo que queremos, tiene leyes que respetar que son fruto de acuerdos colectivos históricos, tan importantes como los acuerdos históricos en las comunidades indígenas. No hay unos más importantes que otros, todos tienen fallas y aciertos. Generar rencores no lleva a soluciones, lleva a revanchas y violencias difíciles de controlar. En estos momentos requerimos unidad, firmeza, justicia en las acciones, atención prioritaria a los problemas más urgentes y serenidad. (O)