Ya sea porque un ícono de estas fechas es María, madre de Jesús, o porque las amas de casa sobrellevan mayores esfuerzos en la reproducción de las costumbres navideñas, pienso en estas heroínas del hogar del círculo de cercanos, de los grupos de toda clase, que son las mujeres. Ellas se llevan el peso de todas las expresiones de la celebración.

Pese a que la incursión femenina en las áreas del trabajo ha ido reduciendo el esquema del hombre proveedor y la mujer gastadora, esa, la que pasa ocho horas en una institución, sale desaforada a hacer las compras, designa a quién hay que darle regalos, sabe qué esperan o necesitan sus hijos y se aplica en los trajines de la cena de Nochebuena. En materia de comida, tal vez, esos trajines ahora se limiten a llamar por teléfono al restaurante o negocio que ofrezca los más variados menús y se reduzca el esfuerzo de decorar y poblar una mesa. Claro, se hace mayor la lista de los gastos.

Cultivar las tradiciones tiene su ritmo y sus exigencias. Por ejemplo, muchísima gente siente la necesidad de reunirse con sus amigos, más que nada, la población femenil. Hay reuniones en lugares públicos o en casas a fuerza de sentirse amistosa, unida o añorante entre grupos de diferente procedencia: de excompañeras de estudios, de gente de la ciudadela o barrio, de quienes frecuentaron una oficina, entre los miembros de un club de lectura. ¡Cuán fuerte es el influjo del cristianismo porque entiendo que, en cada reunión, aflora o se deja sentir el cálido efluvio de una familia pobre en bienes materiales, pero henchida de amor en presente y en promesa. Y así como los pastorcillos ofrecieron la poquedad de sus regalos, los Reyes Magos honraron al Niño con la riqueza de sus dones.

Simbolismo que tiene más de dos mil años y parece tocar, principalmente, el corazón de las mujeres. El mundo del poder, esencialmente masculino, está ocupado en hacer las guerras o en hacer dinero, habla en términos de grandeza, fortaleza, armamento, maquinarias y demás herramientas de la destrucción y la superioridad, ya que el ideal de que todos somos hijos de Dios, representados en el Niño que nació requiriendo de un padre y una madre, como todos, se hace presente en un día del año y a veces ni en ese, porque a algún energúmeno se le puede ocurrir soltar una caterva de drones sobre un pueblo o salirle al paso a un transeúnte para atacarlo a mansalva.

Así, sintiendo que la pulsión de muerte puede ser más fuerte que la de vida, admiro a las mujeres que se multiplican por regalarles a los suyos y hasta a quienes están más distantes, una burbuja de armonía y buen entendimiento que se centra en una noche. Hay personas, grupos y voluntariados –dominantemente femeninos– que llevan su deseo de confraternidad a sectores desfavorecidos, a casas de enfermos y ancianos, para donarles momentos de alegría. Esto no quita que del otro lado, precisamente de los que menos tienen, se extienda una ola de mendicidad que toca puertas, o se planta en lugares estratégicos a pedir… dinero, ese material que es lenguaje de lo bueno y de lo malo. Y también en esa cifra social, la de los que piden, la mayoría son mujeres, confirmadas por las estadísticas, como los seres más pobres del planeta, las que con hijos entre los brazos –¿dónde estarán los padres?– mantienen la vida. (O)