Generalmente se les temen a las ideas que rompen las reglas preconcebidas como eternas y válidas. Recuerdo, por los años ochenta, el cuidado que, como católicos, había que tener con ideas de Marx o caer en las manos de algún cura de la teología de la liberación.
A Marx ya lo había conocido en bachillerato, y no generaba amenaza a mi fe; y de la teología de la liberación me había llegado información suficiente para recordarme que Jesús prefiere a los pobres, y que los cristianos debemos ser reconocidos por acompañar a los más vulnerables, ser empáticos, compasivos, hermandados, lo que tampoco me dejaba ninguna perturbación, puesto que eso es lo que dicen los evangelios, literal. Nunca entendí el porqué esa animadversión a la teología de la liberación como sinónimo de peligro.
Hace poco falleció el sacerdote Gustavo Gutiérrez, a quien se lo reconoce como uno de los autores de la teología de la liberación, y quien fue blanco de descalificativos por ser voz de esa mirada evangélica.
La pobreza, para Gutiérrez, solo podía calificarse como un escándalo. ¿Cómo podía habitar tanta gente pobre en un continente mayoritariamente cristiano?, decía el teólogo. Él mantenía una mirada histórica de la humanidad en la que, indignamente, se habían levantado estructuras sociales que dejaban por fuera a hijos de Dios, donde eran pisoteados, despojados de oportunidades de desarrollo y dignidad. Y esa mirada, a su vez, nos permite reconocer las causas que provocan las injusticias para luego, aquí su propuesta, cambiarlas y desvanecer toda fuente de opresión.
Leer a un cura así, era peligroso, lo recuerdo, ¿cómo no iba a ser peligroso si desde el mismo Vaticano le habían dado la orden de guardar silencio? Porque así fue, no se expresó por un buen tiempo.
Yo conocí a Gutiérrez en su obra titulada Dios o el oro de las Indias y en esas páginas el autor presenta a Bartolomé de las Casas, quien fue un dominico, al igual que Gutiérrez, que defendió la dignidad de los indígenas en la época de la colonización española y evangelización. En lo personal fue releer la historia con otros ojos, fue una relectura que exigió más comprensión, más humanidad. Creo que hablar de ello, de las estructuras opresoras y de cómo las organizaciones criminales han secuestrado a las familias más pobres, sigue siendo una vergüenza escandalosa para todos. La voz de quienes colocan a los pobres en el centro de la acción ha traído problemas, y tal vez siga siendo así.
Tomaré las palabras de Rafael Narbona, escritor, profesor de filosofía y crítico literario, para expresar lo que, como cristianos o no, nos deja Gutiérrez: “…sus palabras siguen ahí y no apelan exclusivamente a los cristianos. Son una invitación permanente a la solidaridad, el compromiso y la acción. El bien exige beligerancia. No es una especulación abstracta, sino una forma de vida, una actitud existencial. Al igual que Óscar Romero, Gutiérrez será recordado como un hombre justo que dedicó su vida a la defensa de los más vulnerables. La mejor forma de homenajear su memoria es luchar contra el manto de silencio e indiferencia que oculta a los parias y excluidos, abocados a vivir en los márgenes de la historia”. (O)