En octubre conmemoramos el Día Mundial de la Salud Mental. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), los Estados destinan menos del 5 % de su presupuesto en salud mental y quienes viven las mayores brechas para su acceso son las comunidades de pueblos y nacionalidades. La salud mental tradicional no ha generado diálogos horizontales con los saberes andinos. Para el conocimiento occidental está incluso en duda si nuestros saberes son ciencia.

Al estudiar psicología clínica me cautivaron las investigaciones del cerebro humano y la psique. Me enamoré de las formas de comprender el mundo cognitivo, social, ambiental de Albert Bandura. La psicoterapia cognitiva conductual y humanista tomó cuerpo en el territorio. La psicoterapia de indagación compasiva me habló de las heridas emocionales de la infancia, y de cómo acompañarlas.

En este recorrido no me encontré con personas kichwas profesionales en salud mental vs. la demanda de atención existente. En mi práctica clínica y el trabajo en violencia de género con mujeres de pueblos originarios, noté los privilegios de esta carrera, noté las barreras del lenguaje. Noté la necesidad de explicar qué era la salud mental entre nosotras. Surgieron diálogos profundos hasta analogías lineales como, si una médica es para el dolor del cuerpo, la psicóloga es para las emociones. Pero, ¿por qué había esta necesidad de explicar?

En el mundo kichwa andino la salud no está separada entre lo físico y lo mental. El cuerpo es la materialidad física, espiritual, energética y naturaleza. La salud mental es holística. El alli kana, alliyay o estado de bienestar es integral. Yaypi kay es estar consciente de la existencia y la interrelación con las cuatro dimensiones del tiempo/pachakuna.

Nuestra ciencia está muriendo con nuestras abuelas/os. Pensar la salud mental en kichwa es visibilizar que no hay separación dual cuerpo/mente, que pone en el centro a la persona/runa y la naturaleza como uno/a. Mis referentes en este campo de conocimiento han sido mamás sanadoras, tías, abuelo/as parteras/os, wayra pichakkuna, shunkuchikkuna, rezadores, yachakkuna. Sabios cuidadores de la comunidad que no son reconocidos por el Estado como personal de salud tal como un médico/a, tampoco remunerados. Hay una deuda inmensa desde el Estado con nuestros pueblos.

Tenemos derecho a una salud mental con pertinencia cultural y a un trato digno como amawtas/sabedores. Urge una psicología que se adapte a las necesidades del territorio, no acomodarse en su privilegio para diagnosticar, etiquetar o infantilizar sino que sea más humana para aprender. Urge que el Estado invierta, que la academia sea este nexo con la comunidad. Urge más psicólogas kichwas sensibles y guardianas de nuestros saberes, que sepamos cuidar el oro que las abuelas nos han brindado. La salud mental tradicional tiene mucho que aprender de nuestra sanación integral que está en comunión con los poderes andinos, el territorio, los apus y las plantas. (O)