En el referéndum de 1978 los ecuatorianos eligieron la que sería desde entonces su Constitución. Había dos alternativas, “la nueva”, un proyecto elaborado desde cero por una comisión escogida a dedo por el gobierno militar; y llamada “del 45 reformada”, redactada por otro equipo seleccionado de la misma manera, que tomaba como base la carta magna de 1945 con alguna innovación. La mayor parte de organizaciones políticas y sociales apoyaron, sin mucha reflexión, la primera opción. Una minoría de agrupaciones llamó a votar nulo y un pequeño partido se pronunció por “la del 45”. Ganó “la nueva” con una magra mayoría. A pesar del frenético entusiasmo con el que los “progresistas” la promocionaron, tenía pocas modificaciones importantes en relación con las anteriores. Y estaba tan mal hecha que, antes de terminar el primer periodo, hubo que someterla a urgentes cirugías.

Vías modificatorias de la Constitución

En la accidentada vida constitucional del Ecuador, con veintitantas leyes fundamentales (sobre el número exacto no conseguimos ponernos de acuerdo), quizá la única que impuso una transformación decisiva fue la de 1905 que, a más de declarar presidente constitucional a Eloy Alfaro, quien había asumido el poder mediante un golpe militar, transformó el Estado confesional en uno anticlerical. A partir de la Constitución de 1929, otro intento sobrevalorado, se fueron depositando aluvialmente elementos que convirtieron a la economía mercantilista decimonónica en un sistema regido en casi todas sus instancias por una poderosa burocracia. Estos cambios no fueron producto de un proyecto, sino que se aplicaron de manera errática y discontinua.

En 2008, con el propósito expreso de alterar la estructura del país, se promulgó la constitución correísta que intentaba abrir camino a la implantación de un Estado totalitario, como lo están haciendo los regímenes bolivarianos, de Daniel Ortega y Nicolás Maduro, que han conseguido encadenar a sus países. Dirigentes y partidarios de la Revolución Ciudadana no niegan su parentesco con estos déspotas descalificados. A cada rato les traiciona el subconsciente y hablan de más, como le pasó a su candidata hace unas semanas y soltó que querían crear unos Comités de Defensa de la Revolución como los hay en Cuba. Con frecuencia preguntan “¿por qué le culpan de todo a Correa?” Porque él y ellos metieron sus narices en todo, en su afán de cambiarlo todo. Se los seguirá culpando durante décadas, no se preocupen.

Derogar la Constitución vigente

El relato correísta preveía que su paraíso iba a durar trescientos años. Por eso hicieron endemoniadamente difícil la posibilidad de reformar su ley suprema. Rectificarla es una tarea demasiado vasta para creer que se logrará con una reformita por aquí, con una interpretacioncita por allá. No servirá para nada, aquí hubo el intento de acabar con todos los vestigios del mercado, suprimir toda iniciativa privada y callar todas las voces no alineadas. Con limas de uñas no haremos mella en la torva construcción que dejaron casi terminada. El desmonte de la aventura totalitaria requerirá un esfuerzo totalizante, por no decir total. Si una asamblea constituyente no es la salida, por favor, den imaginando una mejor. (O)