Luego de la hostilidad verbal y fáctica vivida entre los gobiernos de México y de Ecuador, la violencia política ejercida en nombre de la soberanía nacional ha consolidado las ambiciones electorales de ambos gobiernos. Una violencia que desafía al Derecho Internacional, a la gobernanza multilateral y a la vigencia de instrumentos jurídicos que reclaman una revisión para su uso efectivo en nombre de la paz, la seguridad y la justicia.

El servicio exterior ecuatoriano

Convocar a la diplomacia, y su poder de representación, protección y negociación, permite que este conflicto pierda intensidad política y confrontación presidencial para progresar hacia un diálogo resolutivo, cooperativo y pacífico entre ambos Estados. La opción de acudir a la Corte Internacional de Justicia, el órgano judicial principal del Sistema de las Naciones Unidas, despolitiza el conflicto y activa el mecanismo de solución de controversias que se caracteriza por su objetividad e imparcialidad. Su remisión no debe ser considerada como un acto inamistoso entre los Estados, sino como una manera civilizada en que dos países amigos resuelven sus diferencias; y que -de convenirlo- el fallo puede seguir el principio ex aequo et bono, sustentado en consideraciones de justicia y equidad, que permite establecer obligaciones para una de las partes o para ambas. La efectividad del Derecho Internacional podría superar la lógica tradicional del derecho-obligación y flexibilizar la capacidad de la norma para ser más efectiva ante los nuevos desafíos que plantea la inmunidad diplomática, la legitimidad del asilo político y la lucha contra la corrupción.

¿México dejará de ser una democracia?

Mientras el proceso jurídico avanza en el sistema multilateral, la diplomacia bilateral no debe escatimar esfuerzos consistentes y prácticos para activar mecanismos de diálogo y concertación en torno a un planteamiento que normalice las relaciones diplomáticas entre México y Ecuador. Al crear este clima de entendimiento y cooperación se debe considerar la transición de la Presidencia de México que se inicia con la próxima cita electoral del 2 de junio. En esta ocasión, se podría aplicar el viejo precepto del presidencialismo mexicano, acorde con el principio de “romper para estabilizar”, donde la nueva Presidencia podría aprovechar el restablecimiento de las relaciones con Ecuador como un golpe de efecto en su afán por diferenciarse y distanciarse de su antecesor y así reivindicar la capacidad, también diplomática, de la nueva administración.

Superar esta ruptura diplomática es un imperativo estratégico para la política exterior de ambos países; nuestro continente tiene una amenaza común: el narcotráfico y el crimen organizado, que por su naturaleza transnacional exige Estados cohesionados y comprometidos con la seguridad hemisférica. Este rompimiento diplomático representa, como señaló Henry Kissinger en su libro Un mundo restaurado, el “elemento trágico” del ideologismo político, que obstaculiza la cooperación internacional para alcanzar fines fundamentales, como la paz y la seguridad, reduciendo el ejercicio del poder a la retórica del castigo y la humillación, una retórica antidiplomática que reduce su efecto pacificador. (O)