El país ha depositado su confianza en el presidente Daniel Noboa. Ahora le toca a él, su equipo y su movimiento responder a los graves desafíos que enfrentan los ecuatorianos. Sin duda que la inseguridad es uno de ellos. La penetración del crimen organizado en los pasillos del Estado solo es comparable con lo que en su momento vivieron México y Colombia. Y ya sabemos las consecuencias de no haber actuado a tiempo. De igual gravedad es la crisis económica que vive el Ecuador, crisis que para navegar en el entorno internacional requiere de un manejo complejo. Pero por muy importante que sean estos y otros desafíos, y sí que lo son, el gobierno no debe soslayar la urgente necesidad de una profunda reforma constitucional.

No sé si el camino de ir a una nueva constituyente sea el más adecuado. Hay otras vías menos turbulentas y probablemente más eficaces. Pero lo cierto es que la Constitución de Montecristi debe ser modificada profundamente o sustituida en su integridad. Meras enmiendas aquí o allá han constituido un paso importante, sin duda. Pero no son suficientes. El problema de fondo es que sin un viraje sustancial de la Constitución el país seguirá sometido al plan de gobierno de un movimiento político que el Ecuador ha vuelto a repudiar en las urnas, y que probablemente lo seguirá repudiando en el futuro. Porque eso es lo que sucedió en Montecristi. La Constitución que de allí salió fue un trofeo electoral de una facción ideológica, sin considerar que las democracias para ser tales deben correr por anchos y flexibles cauces, donde otras alternativas puedan navegar con igual legitimidad. La mayoría coyuntural de Montecristi jamás legisló pensando en que algún día quienes eran entonces oposición mañana podían ser gobierno. Lo que se buscó fue mantener al Ecuador secuestrado bajo un esquema constitucional que solo sirve a quienes comulgan con sus ejes ideológicos.

La Corte Constitucional ya ha emitido dictámenes favorables a ciertos proyectos de reforma constitucional. Esto podría considerarse un punto de partida. En Chile se ingeniaron un mecanismo de reforma constitucional que no llegó al punto de una constituyente, pero que fue una fórmula interesante. Que luego las reformas no fueron aprobadas, es otra cosa. Cierto es que la actual Constitución es extremadamente rígida en su proceso de cambio, pero ello no debe convertirse en una muralla. El Ecuador requiere un viraje constitucional sustancial. Si ello se puede hacer dentro del actual marco normativo o si requiere uno nuevo, y si es esto último ver la vía más eficiente, hay que discutirlo. No queremos caer en aquello de que se va a refundar el Ecuador con una nueva constitución. Las experiencias autoritarias de la región con las constituyentes (Fujimori, Correa, Chávez, etc.) deben alertarnos. Una constitución que proteja el trabajo, la propiedad privada, la dolarización, los derechos humanos, el medioambiente y la división de poderes. Una constitución que nos permita insertarnos en el mundo, hoy más que nunca visto el entorno internacional; que facilite la inversión extranjera en los sectores estratégicos, precisamente porque son importantes; que evite ser un recetario de políticas públicas, sin que más bien cree las condiciones para ellas. Y, de paso, por Dios, que esté bien escrita. (O)