¿Otra constitución? Si llega a promulgarse, habré vivido bajo seis leyes fundamentales, que tuvieron vigencia, en promedio, doce años. Un “privilegio” que pocos países se han dado. Compadezco a mis contemporáneos estadounidenses que han “soportado” toda la vida una sola carta magna. Algunos dirán que estos seis instrumentos no eran tan malos, de manera que no tuvimos por qué cambiarlos con ese insoportable ritmo, sino que nuestras prácticas políticas son caníbales y nos falta cultura institucional. ¿Qué comen para hacer tan certeras observaciones? Sin embargo, siempre sostuve que lo que llamo para todos los fines “mamotreto de Montecristi” debía ser cambiado tan pronto como sea posible.
Ese esperpento fue diseñado para durar tres siglos, decían. Mentira, fue concebido para no durar. En una primera etapa parecía el traje a la medida de un presidente que no se caracterizó por su elegancia. Como dominaba todos los poderes del Estado, podía manejar el país a su antojo. Pero, si él faltaba, el Ecuador caería, como cayó, en el caos y en la violencia. El dominio del Consejo de la Judicatura y del malhadado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social ataba de manos a quienquiera que no fuese el caudillo. Para nuestra suerte, el presidente Moreno adivinó el juego y desmontó el solapado aparato de dominación. Vuelto al poder el salvador podría convocar a una nueva constituyente o, simplemente, prescindir de los organismos que estorbaban. Con los restos de un invento tan perverso era imposible gobernar.
En esta columna se dijo varias veces que hay que cambiar de Constitución. Me ratifico, proceder a tan saludable cirugía es buscar honestamente el marco jurídico óptimo para la marcha de la república. Es un desafío para todos los ecuatorianos. La Corte Constitucional, que presume de ser el mejor tribunal del país, debe respaldar la propuesta y facilitar su realización. Lo que nadie puede garantizar es que, a pesar de las precauciones de procedimiento, el resultado final sea una ley suprema que, dure lo que dure, enrumbe a la nación en la vía del bienestar, la paz, la seguridad y el desarrollo. Eso no hemos logrado en 200 años nunca, ni cuando estuvimos bien administrados. Hacer algo mejor que lo que hicieron en Montecristi, fácil; hacer un normativa que nos permita hallar la salida de esta caverna, dificilísimo.
Será responsabilidad personal de cada ciudadano apoyar en este proceso en proporción a su formación y experiencia. Jóvenes y personas en la gloriosa media edad, que andan presumiendo de sus currículos brillantes, veamos si tanta titulación les sirve para algo más que conseguir cargos en organismos internacionales y en ONG que les permitan irse a morir en el primer mundo. Lo mismo gente de la empresa privada y de las organizaciones populares, cuya experiencia real es invaluable. Hagamos todos un esfuerzo generoso para, primero, formar agrupaciones, provistas de programas decentes, y que presenten candidatos equilibrados, serios pero entusiastas. Y, luego, acompañar el proceso hasta su culminación. ¿Será mucho pedir unos pocos meses de tregua, reflexión y cooperación? (O)