Por ahora, solamente, vamos hacia el final del año, pero nada asegura que no se den finales de otra clase. Sorprendente puede ser el recorrido del tiempo. Se me ha dado por enterarme de nociones acerca del calendario y encuentro datos interesantes: que tiene principios egipcios, que Julio César impuso una forma de organización que estuvo vigente hasta el siglo XVI, cuando el papa Gregorio XIII y sus estudiosos propusieron la que tenemos hoy vigente, por eso el nombre de calendario gregoriano.
Así, podemos celebrar un fin de año que arrastra la idea festiva y bastante ligera de que las cosas humanas van a cambiar necesariamente por el paso de las fechas y las ilusiones de las personas. Es verdad que las instituciones y hasta las existencias individuales requieren de un orden que se traduce en el diseño de presupuestos, agendas y horarios. La administración de recursos –y entre ellos el tiempo es un valor supremo– y la eficiencia lo exigen. Pese a ello, lo imprevisible siempre puede salirnos al paso y el final, el real y crudo final, puede asaltarnos en la cama del descanso nocturno.
El presente año no ha sido bueno para nuestro país, eso lo sabemos todos y dejo para los expertos los análisis globalizadores. Yo solo soy una ciudadana crítica que lee y piensa en la medida de un círculo reducido de información y de hechos. Y que, como a cada ecuatoriano, el dinero le alcanza para menos, se siente insegura cuando transita por las calles tanto como cuando cierra la puerta de su casa y ha desmejorado su calidad de vida. Felizmente todavía no depende del servicio público de salud, que se caracteriza por la lentitud y la ineficiencia. Cuenta con ayudas de familiares y amigos para lo eventual.
Una mirada al horizonte más distante nos pone en crisis: la guerra Rusia-Ucrania no termina, el pueblo palestino se ve aplastado por enemigos internos y externos, el venezolano fue atropellado en su decisión electoral, Estados Unidos puede mostrar un rostro intransigente en manos del presidente electo. Que Putin aluda a la fuerza nuclear de su país echa a temblar al mundo entero. En otro ámbito, el cáncer sigue siendo la enfermedad más destructora, mientras el descuido al conducir vehículos es una fuerza mortífera. El consumo de drogas moviliza la mayor cantidad de dinero en el planeta destruyendo a una mayoría juvenil, a la vez que la tierra agotada da señales de agobio a unas autoridades que no quieren hacer caso, porque gobiernan para el hoy y no para el porvenir.
Con todo eso y mucho más en la cabeza, medito en este diciembre de nuestro medio, que exhibe la mayor contradicción social: pone luces navideñas cuando a diario experimentamos los cortes que exige la reducción de la energía eléctrica. ¡Cuántas tarjetas de crédito bordearán el límite para cumplir con la costumbre de los regalos! ¡Cuántos pobres empezarán a desfilar por los barrios tocando puertas y pidiendo “las pascuas”! Las redes sociales ya están recargadas de las ofertas que consideran que poseer objetos constituye la felicidad. O siquiera comer exquisiteces por aquello de que es lo único que nos llevamos al otro mundo. Pero algo señero, celebratorio, deben tener las fechas de recordación, cristiana la una; histórica, la otra. Nadie quiere renunciar a una tradición, aunque las señales no sean propicias. (O)