Nuestro país está viviendo incendios a lo largo de Costa y Sierra, junto con extensos horarios sin energía eléctrica, entonces, me cuestiono: ¿cómo es posible que, a inicios del siglo XXI, padezcamos de autoridades que declaren que “solo Dios sabe” el fin de la crisis? Parece que viviéramos en los siglos IX y X, cuando los antiguos mayas sufrieron periodos de sequía y ofrecían sacrificios animales o humanos para que los dioses se apiadasen de ellos. En este caso, la economía de miles de familias es la que se está sacrificando a la espera de esa lluvia anhelada que solucione el problema, pero que, al mismo tiempo, pedimos que no sea abundante para que no haya inundaciones y el problema sea otro. Vivimos las consecuencias de este y otros gobiernos que no han sabido resolver.
También, escucho a otros representantes del Gobierno pedir que no nos enfoquemos en lo negativo, como si se pudiera en medio de la oscuridad, temiendo que entren ladrones o que se arruinen los electrodomésticos, pensar en alguna frase cliché y alegre que nos saque de ese momento. Realmente creo que un positivismo tóxico no ayuda en tiempo de crisis. Tampoco conozco la solución, pero como ciudadana estoy segura de que debe existir, el problema es que tal vez la gente capacitada para ello no está en los puestos de poder o de decisión y eso es lo que tiene a mi pequeño país viviendo entre velas, comida fría, plegarias al cielo y ayuda comunitaria en ciertos sectores para que los incendios no avancen hasta sus casas.
Por tanto, me cuestiono: ¿para qué desean tanto la Presidencia la mayoría de los políticos?, ¿qué significa para esos hombres sentarse con una banda cubriéndoles el pecho? ¿Será solo un arrebato de vanidad? No creo en el espíritu de servicio como única motivación, porque la presidencia no es un apostolado gratuito y simbólico. Es un cargo de muchísimo poder, de suyo, en un caso extremo, podría convertirse en un cargo de poder absoluto y creo que ninguno de los aspirantes actuales está listo. Tal vez aparezca alguien que haya trabajado la cabeza para ser mentalmente fuerte para esa ola de poder sin medida, alguien que tenga en su familia un ancla que lo mantenga en tierra y le recuerde su origen. Por tanto, desconfío de quienes engañan a su círculo cercano, porque quien es capaz de ser infiel en lo familiar y privado es capaz de mentir y traicionar en lo público y social.
En consecuencia, noto la distancia que muchas mentes brillantes toman de postulaciones políticas por temor a ensuciar su carrera y prestigio conseguido a lo largo de años de trabajo y vida honesta. Por supuesto, también hay muchos audaces y valientes, quienes llevados por el ímpetu y deseo de un mejor país han elegido la política como el medio para lograr los cambios anhelados y celebro que empiezan aspirando a cargos de elección popular como una forma de irse forjando un camino por sí solos y no llevados de la mano por hilos del pasado.
Corolario, escribo esta columna alumbrada por varias velas mientras espero un cambio positivo para mi país y comparto las palabras de Aristóteles: “La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos”. (O)