El objetivo más importante de ciudadanos y gobiernos debería ser la búsqueda y la vigencia del bien que, en el mundo de las ideas es el principio más alto, fuente de todo conocimiento y verdad. Los individuos, sobre todo los que forman parte de la administración de lo público, deben tener la capacidad para ver el bien y así construirlo desde la política y la gestión. Pero la percepción del bien no es evidente, así como tampoco lo es el entendimiento del concepto de población, concebida como el conjunto indisoluble de personas, sujeto final de la idea filosófica y política del bien común.

Este laberinto

Es como si no estuviésemos preparados para mirar a la realidad desde esas ideas, ni nos interesásemos en estarlo, porque no nos formamos para ese fin. Entonces, cuando vemos la realidad social pensamos que es la verdad, pero si seguimos la alegoría platónica, no percibimos sino sombras que desfiguran la naturaleza de las cosas. Estamos ciegos y no observamos ni entendemos nada. Así, desde la desafiante ignorancia, pensamos que tenemos claro tanto al objetivo del servicio público como a su administración.

¿Lo merecemos?

Para verificar la verosimilitud de lo que propongo, esto es que no vemos la realidad porque no podemos hacerlo, pues no estamos preparados para ello, voy a nombrar solo algunas de las situaciones sociales del Ecuador y analizar las respuestas gubernamentales a las mismas. Violencia diaria en todo el país; escandalosa contaminación ambiental por el uso indiscriminado de pesticidas y por la explotación minera; deplorable sistema de educación; crisis permanente en las cárceles; agentes de tránsito que extorsionan a los conductores; confabulaciones y pactos políticos inconfesables con el único fin de alcanzar el poder; conciertos, farra, alcohol y desafuero organizados por la administración pública; agricultura abandonada; turismo paupérrimo y vialidad destrozada; carencia de agua potable, alcantarillado y tratamiento de desechos en gran parte del territorio nacional; crimen organizado infiltrado en la institucionalidad pública y privada; inexistencia de medicamentos…

Las respuestas gubernamentales a esos problemas y a tantos otros son insuficientes, superficiales o inexistentes. Por eso, la ceguera de los mandatarios que son representantes de todos los ciudadanos para buscar el bien en la convivencia social y el bien común a través de la gestión pública, es evidente. Tal vez porque no les interesa el bien en sí mismo y tampoco el bien común como sustento moral del ejercicio de sus funciones. Porque no están formados para eso y porque sus electores, nosotros, tampoco lo vemos y votamos por personas que históricamente no han dado la talla para tan altas funciones.

La salida del túnel

El resultado de este estado de cosas se traduce en desesperanza, cinismo, miedo y una patológica resiliencia colectiva para adaptarnos a la decadencia y a lo caótico que ya son características de nuestra sociedad.

El título de esta nota, tomado de la novela de Saramago, puede aplicársenos a nosotros como pueblo, sobre todo a nuestros gobernantes, quienes orondos se pavonean emperifollados, ufanos de sus pequeñas gestas cosméticas e intrascendentes. (O)