Si se quiere entender lo que significa equilibrio inestable, solo hay que considerar la situación en que se encuentra el alcalde de Quito, Pabel Muñoz. Si mira hacia un lado se encuentra con la amenaza de la revocatoria del mandato. Si mira hacia el otro lado se da de bruces con la cara agria del dueño del movimiento al que pertenece. No hay duda de que no debe estar durmiendo con la tranquilidad que requiere una autoridad para ejercer plenamente sus funciones, como le sucedería con cualquier persona que estuviera en ese trance. Por separado, cada una de estas amenazas podría poner fin a su carrera política. Juntas hacen inevitable ese resultado.
Sin embargo, como aconseja la sabiduría de tierras remotas, aun situaciones como esta pueden ser revertidas para arrojar un resultado positivo. En el tema de la revocatoria, será necesario que abandone la condición de víctima pasiva en la que se encerró desde que un acuerdo extrajudicial le impidió seguir utilizando las cloacas de las redes sociales (que al primero que perjudicaba era a él). En lugar de propaganda, cambios de símbolos y membretes, necesita encontrar un tema que mueva a la población de la ciudad y, sobre todo, en el que él pueda presentar resultados. El soterramiento de cables es necesario, embellece a la ciudad, pero no tiene los efectos que se desprenden con el combate a la inseguridad o con un plan integral para adecentar el transporte público. Pero el problema en este campo es que necesitaría rodearse de gente que sepa, que maneje técnicamente esos temas y relegar a un segundo o tercer plano a quienes tiene a su lado por consideraciones ideológicas. Para teórico, ideólogo e incluso tecnócrata planificador (no ejecutor) ya está él. No necesita espejos que lo reflejen y lo multipliquen.
Por otra parte, la iniciativa de la revocatoria tiene un punto tremendamente débil, que es la sucesión. Sería suficiente con que presentara con crudeza y realismo el escenario que se configuraría con su sucesora en caso de que fuera expulsado del cargo. Todo hace prever que sería bastante más negativo que si logra mantenerse. Pero para usar ese argumento tendría que exponer las limitaciones de una compañera de partido, lo que seguramente no estará dispuesto a hacer, a menos que junte ese tema con el otro, el de sus discrepancias con el jefe y propietario de la revolución de los trescientos años.
No es aventurado suponer que pueda producirse un distanciamiento e incluso una ruptura si se considera que ya dio un paso en ese sentido. Cuando puso por delante el tema de la seguridad y aceptó la invitación del Gobierno ya cometió el pecado mortal que condena a cualquier correísta. Ya le cayó el anatema de traidor cuando a esa reunión sumó una frase (enigmática para el común de los mortales, pero clarísima para el que todo lo ve y lo oye) sobre el cartel de los Soles. De manera que está prácticamente obligado a caminar solo y sin el amparo del que define quién se queda y quién se va. Lo que debe evitar en este aspecto es la expulsión de la congregación revolucionaria, pero lo peor que podría hacer para evitarla sería claudicar en su posición. Si retrocede, perderá en ambos espacios, el de la revocatoria y el de su futuro político. (O)