En los últimos años poco a poco hemos ido perdiendo capacidad de reacción ante situaciones irregulares, que en cualquier sociedad generarían airadas protestas y rechazo general.

Me refiero a la normalidad con la que se mira la corrupción, que no se circunscribe al abuso de fondos públicos; me refiero a la coima a un vigilante, a pagar por un espacio en una fila, a robarse las botellas en la calle de un camión repartidor que ha tenido un percance, e incluso (y esto al menos para mí es nuevo) a robarse la comida de los pedidos a domicilio, a través de una aplicación internacional, que por motivos obvios no mencionaré. Me refiero al constructor que se reputa honesto, porque entrega finalmente la obra, aunque lo haga con meses o años de retraso, o con áreas comunes de inferior calidad a las ofrecidas.

De Alberti a la realidad

Se repite con frecuencia que los ecuatorianos hemos perdido la capacidad de asombro. Lo grave no es que como sociedad ya no nos asombren aberraciones; lo grave es que la falta de reacción conviertan tales inconductas en parte del paisaje, y las validen.

Cuando una sociedad esta descompuesta, poco a poco, la descomposición se va extendiendo a todo. Y en un país futbolizado, como el nuestro, el fútbol no puede ser la excepción.

Cuando la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) llevó al último mundial a un delantero que jugaba en la segunda división local, con ninguna experiencia ni méritos para tal honor, (salvo pertenecer al equipo de un alto dirigente de la FEF), postergando a otros que tenían méritos de sobra para ser llamados, y luego, fue considerado como la primera opción al cambio, mientras otro delantero consagrado, que atravesaba por un gran momento en su equipo en México, y con gran desempeño en la fase eliminatoria “comía banco”, vi con mucha pena a gran parte de la prensa aplaudir como focas. Y a otra, mirar para otro lado. Posiblemente cuidaban la pauta, los viajes o las acreditaciones para los partidos.

Luego del estruendoso fracaso de esa selección, la dirigencia, lejos de buscar un técnico de nivel (de aquellos que no permiten que ningún dirigente le meta la mano a sus convocatorias o alineaciones), contrató al peor técnico de ese mundial. Sí, al peor. Y es justamente ese técnico quien convocó a ese mismo jugador, sin méritos para ser convocado, y a otros, la mayoría de ellos, por mera coincidencia, del mismo equipo.

Y como crónica de una muerte anunciada, el pasado sábado Ecuador perdió, como ya es costumbre, pero ahora contra un equipo que supo explotar la presencia de jugadores sin mérito, la ausencia de quienes debían estar en la cancha, y los desaciertos del peor técnico de Qatar 2022.

Nuestra prensa de los 80 y 90 habría acabado con la dirigencia y con el equipo. La prensa de cualquier país medianamente normal, hoy lo habría hecho. Pero estamos tan mal que los poquísimos que critican son tildados de antipatriotas, mientras los aplaudidores siguen con la “esperanza intacta” en sus intereses, por encima de los del país.

Así de mal andamos. (O)