Hace casi un siglo y medio, Ralph Waldo Emerson decía: “Los grandes hombres son los que ven que lo espiritual es más fuerte que cualquier fuerza material, que los pensamientos gobiernan el mundo”. Y a poco más de 56 años de la muerte del Maestro por antonomasia, en esta hora de tantas dudas y desafíos para la Patria, creemos que es necesario y urge recordar el pensamiento puro, la luminosidad espiritual de Alfredo Pérez Guerrero.
Amor a la Patria, honradez intelectual y trabajo fecundo. He ahí las tres marcas indelebles que acompañaron al Maestro en su tránsito terrestre. Para él, la Patria es un deber diario, una amorosa obligación para defenderla, sacarla adelante y hacerla más digna, más libre y más justa. ¡Qué abismo entre el sentido de Patria de Pérez Guerrero y el de los politiqueros que nos gobernaron y gobiernan durante los últimos años, cuando la vendieron, la esquilmaron y la dejaron exangüe y doliente!
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Como jurista, legislador, periodista, escritor y catedrático, el Maestro regó por doquier su moral prístina y jamás cedió un ápice en su socialismo libertario y profundamente humanista. Como hombre de “bondad ingénita”, al decir de Benjamín Carrión, luchó tenazmente por defender al pueblo y hacerlo avanzar por los senderos de la moral, la libertad y la justicia, negados todos por una sociedad ignominiosa. Y en su defensa de la cultura, de la educación y de la universidad, jamás arredraron su ánimo ni las amenazas de la oligarquía ni la arremetida de los trogloditas de esa nefasta dictadura militar de los años sesenta. Su intenso amor por la juventud y por la enseñanza hizo que dedicara gran parte de su vida a formar con pasión las mentes y corazones de miles de estudiantes del país, y es allí, en esas mismas mentes y corazones jóvenes, donde la simiente feraz tuvo su fruto sano y vigoroso. (O)
Jorge Enríquez Páez, abogado, Quito