Así como Minerva nació de la cabeza de Júpiter, así la ciencia nació de la cabeza de la filosofía. En el portón del templo de Delfos apareció un escrito. Otros dicen que fue una pitonisa que dijo “Conócete a ti mismo” lo que le hizo exclamar a Sócrates “Solo sé que nada sé”, y hasta ahora se lo considera uno de los más sabios de su época.
“Conoce a ti mismo” es el gran enigma que nadie se atreve a investigar porque cada día hay algo nuevo que aprender: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Lo único que realmente conocemos desde que nacimos es que algún día tenemos que morirnos sin llevarnos nada, ni siquiera la memoria, quizás los recuerdos si los llevamos en el alma, que es la única que se incorporará a la energía eterna e infinita que es patrimonio de Dios o el Tao.
Siempre estamos buscando la felicidad en el exterior, en lo material, en lo deleznable, cuando lo eterno está en el interior, en el alma. Soy lector de Wayne Dyer y recuerdo uno de los versos del Tao Te Ching cuando dice: “Que el que conoce a los demás es un sabio, pero el que se conoce a sí mismo es un iluminado”.
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Todos somos inteligentes sin excepción, todos tenemos un genio dentro, pero no nos atrevemos a descubrirlo y ponerlo de manifiesto.
Es un absurdo seguir a la manada; es no quererse a sí mismo. ¿Por qué? Porque “la imitación es el tributo que paga la mediocridad al genio, no imite, no siga, piense, analice, compare, y si sigue busque lo mejor que asegure la libertad para usted y para sus hijos”. No te compares con nadie. Siempre “sé tú mismo”.
Los upanishad decían que no creían mucho en la palabra, porque el verdadero contenido está en el silencio, análisis y meditación, de ahí parte la decisión de hacer algo. Sé tú mismo siempre y no te compares con nadie. (O)
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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro