Con luces navideñas inundando el paisaje de ciudades y pueblos transcurre la espera de las fiestas de Navidad: una sucesión de eventos religiosos con uno muy especial, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre en el seno inmaculado de la Virgen María, para reparar al Padre de los Cielos por nuestros pecados y salvarnos del castigo eterno que merecemos. Él nos trajo la salvación, la salud y la paz. Digo bien cuando digo “salud”, pues Jesucristo es el médico divino que sanó a tantos durante su vida terrena y lo continúa haciendo ahora en personas de fe y esperanza, casi siempre mediando la imprecación caritativa de quienes suplican por otros.
Con la venida del hijo de Dios a nuestro mundo, los corazones se llenan de alegría y esperanza. Dios nos ama siempre, alivia el dolor y ahuyenta el miedo incluso a la muerte.
La Navidad es también una fiesta familiar. Todos hacemos lo posible por reunirnos con los nuestros en esa noche de paz y celebrar que Jesucristo vino para todos los que abren sus corazones a la verdad. (O)
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Josefa Romo Garlito, Valladolid, España