El narciso político no solo cree que es especial, sino único, elegido y llamado a dejar huella en la historia. Su obsesión por la visibilidad, el reconocimiento y la adulación lo llevan a prácticas políticas efímeras, o bien a gestos adanistas sin complejos ni mesura. El narciso hará cualquier cosa por alargar el encanto, hasta perder la noción de la realidad. La exacerbación del narcisismo político supone un peligro para la democracia, su patrón de comunicación se caracteriza por el ‘yo’, hablan de sus logros, sus ideas, tratando de impresionar e incrementar su autoestima, con un nivel bajo de empatía, arrogancia y exhibicionismo.
Ecuador perdió su rumbo, la clase política mediocre, improvisada, populista e histriónica que ha llegado a ocupar espacios de poder en los diferentes niveles de Gobierno, no es por sus dotes intelectuales y logros académicos, sino por su obediencia ciega y sumisa a las órdenes del jefe de turno que alquiló su movimiento político.
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Rodrigo Borja en su obra Enciclopedia de la política dice que el estadista “es el hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias políticas y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder. No todo político es o puede ser estadista”.
El estadista es un ser humano con altas cualidades humanas, morales, sociales, cívicas y académicas. Ecuador, es hora de reflexionar. (O)
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Carlos Eduardo Bustamante Salvador, abogado criminalista, Quito