La pirotecnia, más el ruido, sumado a la quema de monigotes da como resultado varios problemas de salud, tanto de los humanos como para las mascotas, además de los daños que produce al medio ambiente.
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La gran “quemazón” de cada 31 de diciembre desprende plomo, cromo, mercurio, aluminio, fósforo blanco y rojo, nitrosaminas, azufre, dióxido y monóxido de carbono, entre otros elementos tóxicos y cancerígenos que afectan la calidad del aire, el medio ambiente y nuestra salud.
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Penosamente tenemos que aceptar que no hay autoridad que pare esta aberración...
La pirotecnia y combustión más el ruido infernal concomitante generan daños irreparables a la naturaleza, matando animales, aves y mascotas. Liberan también gases que generan el efecto invernadero, dañando la atmósfera y envenenando el aire que respiramos con material particulado menor de cinco micrones, monóxido de carbono, dióxido de azufre y dióxido de nitrógeno, gases tóxicos que demoran entre dos y tres días en disiparse, incrementando los niveles de polución. Los metales pesados y cancerígenos generados en la quema tardan años en ser reciclados por la naturaleza, contaminando la tierra, mares y fuentes hídricas; por lo que estamos condenados a respirar este aire tóxico y a ingerir nuestros alimentos contaminados.
También hay que destacar quemaduras de primero, segundo y tercer grado, mutilaciones, trauma acústico y ocular, incendios, accidentes graves y mortales que siempre se producen antes, durante y después de la quema, congestionando las emergencias de clínicas y hospitales.
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Penosamente tenemos que aceptar que no hay autoridad que pare esta aberración; muy por lo contrario la auspician. Muchos alcaldes permiten la quema en playas, calles, parques, áreas verdes, etc., sin importarles en lo más mínimo nuestra salud, naturaleza, fauna y medio ambiente. (O)
Francisco Plaza Bohórquez, analista de temas y políticas de salud, Guayaquil