Desde niño me solía asomar en la ventana a ver correr al río, era una delicia y me preguntaba ¿dónde irá sonriendo?, ¿cuál será su destino? Veía a mi madre sembrar semillas en macetas y me maravillaba cómo después brotaban las plantas y siempre me preguntaba ¿de dónde sale esto?, ¿quién se inventó este milagro? Pensaba que por estas maravillas este pequeño pueblo se llamaba Milagro.

Después, veía a los pájaros cómo se proveían de alimento a través de las hojas y los frutos. Veía el tren que echaba fuego en su cuarto de máquina, después me enteré de que ese fuego lo movía. Veía cómo el trapiche molía la caña y salía un jugo más rico que los helados que vendían en la esquina. Después me di cuenta de que todo dependía de uno, si me lanzaba al río debía nadar, y que nada era gratis.

Después de leer a Homero, Shakespeare, Cervantes, Khalil Gibran, Confucio, Lao Tse, los libros de Hajjar Gibran, García Márquez, etc., conocí más las maravillas del mundo. Con Rabindranath Tagore, un poeta para el encanto, la admiración, meditación; también me deleité. Leí a Erik Fromm y su cátedra del amor y a Leo Buscaglia enseñando las reglas didácticas del amor, ahí me enteré de que lo espontáneo y hormonal es el sexo que es material; el amor es espiritual, requiere tiempo y estudio; los apresuramientos casi siempre causan dolor. Con Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, leí que se maravillaba de que todo ya estaba hecho, que al hombre se le ha dado el mérito de la curiosidad para que descubra y se invente nombres a las cosas hechas por Dios; pero hasta aquí todo lo que ha hecho el hombre tiene siempre algo de maldad, por eso cunde el caos, desorden... También disfruto de la música, que es capaz de despertar cosquillas en el alma. En los libros, las melodías, la naturaleza, encuentras paz, amor, a Dios (Evangelio). (O)

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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, doctor en Medicina, Milagro