No hemos tenido la suficiente perspicacia como para percatarnos de la invasión histórica de los ismos y de la influencia catastrófica, en unos casos, o de las consecuencias benéficas, en otros, de tales influencias sociales.

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Lo cierto es que, desde el esclavismo hasta el progresismo, los ismos han venido condicionando las conductas de personas y colectivos sociales a lo largo de la historia.

Cuándo el ismo, que según el diccionario no es otra cosa que doctrina, sistema, movimiento, actitud, tendencia o cualidad, afecta positiva o negativamente a un conglomerado, depende de la óptica personal, que siempre será múltiple y muy variada. Por eso es que frente al cristianismo hay acólitos y detractores. Y entonces se han presentado, materialismo, idealismo, ateísmo, taoísmo, islamismo, judaísmo y muchas creencias más, agregadas al ya mencionado cristianismo. En lo político, desde conservadurismo y liberalismo hasta vanguardismo, comunismo, socialismo y etc.

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Todos pretenden tener la razón o la propuesta más adecuada para el bienestar del ente social y, por supuesto, para la adjudicación del poder.

La historia para el Ecuador ha sido realmente de resultados penosos, denigrantes y oprobiosos, los cuales han determinado la catástrofe nacional, ya que, siendo nuestro país poseedor de un territorio de abundante riqueza, esa riqueza ha sido la causa principal de la disputa encarnizada por la depredación de los bienes sociales.

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El conservadurismo, el liberalismo, el socialismo, el comunismo, el velasquismo, el socialcristianismo, el gutierrismo, el roldosismo y, ahora, el correísmo han tenido participación activa en el desastre de nuestra patria. Todas estas tendencias políticas han tenido sus fortalezas en la manipulación macabra de las masas, lo cual deriva en el ya conocido populismo.

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En estos casos puntuales, tenemos que llegar a la conclusión de que los ismos han sido perniciosos ya que, apuntando tan solo al interés personal o particular (partidista), sus líderes o cabecillas se olvidaron de implementar propuestas claras, ciertas y viables para enfrentar la problemática nacional y se dejaron llevar por el denominador común que los convierte en “cortes de la misma tijera”, esto es, el enriquecimiento ilícito para la gestación de nuevas élites de poder económico, político y social.

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A todos estos males consuetudinarios para el Ecuador hay que sumarles el gran mal del siglo XXI, como es el tráfico de drogas a escala mundial insertado en la política ecuatoriana.

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Ahora es muy difícil establecer excepciones, porque en la búsqueda del poder no se escatiman recursos ni formas, lo cual abre las puertas más anchas para la colaboración de los carteles de la droga que buscan Gobiernos aliados, comprometidos o sojuzgados y así poder continuar, con semáforo en verde, en su diabólica actividad que destruye conciencias en lo ético y lo moral.

Ojalá que se imponga un realismo que, con base en un pragmatismo, sepa distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo falso y lo verdadero, entre lo sano y lo podrido, y fomente un verdadero nacionalismo y descarte el egoísmo. (O)

Enrique Vicente Álvarez Jara, periodista, Guayaquil