En momentos como los que atravesamos es esencial que todos practiquemos la honestidad como un acto necesario. En lugar de ser solo una virtud, debería ser una costumbre arraigada y no una exigencia. Sin embargo, la honestidad va más allá de una mera exteriorización de intenciones de hacer o no hacer algo; también abarca una dimensión interna que reside en nosotros y que a menudo es difícil de percibir por los demás, esa es la honestidad intelectual.

El conteo del sufragio político vs. el voto real

Esta forma de honestidad, que a veces debe superar la vanidad, el orgullo y otros defectos, se revela difícil de manifestar. Sin embargo, cuando prevalece, proporciona una tranquilidad personal y, en la mayoría de los casos, beneficia positivamente a terceros.

En el proceso electoral que se avecina es crucial que las organizaciones políticas demuestren una gran dosis de honestidad en todos sus niveles, desde la conformación de sus cuadros hasta el ejercicio del poder en los diferentes espacios. Los candidatos deben aplicar honestidad intelectual para tomar decisiones informadas, partiendo con la aceptación de una candidatura hasta la votación de un proyecto de ley, promoviendo así un debate constructivo, respetuoso y basado en ideas.

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¿Innovación legislativa?

Nuestro país, en el contexto social y económico actual, no merece enfrentarse a una papeleta con una selección de improvisaciones carentes de preparación o de individuos que solo buscan satisfacer su vanidad con una foto. Es necesario que si los candidatos son jóvenes se presenten con la preparación adecuada, aportando lo necesario para el cambio, sin creer que la juventud por sí sola garantiza el éxito; así como la experiencia no llega junto con la edad y las canas. Solo así la administración pública podrá empezar a marcar la diferencia y llevarnos hacia el desarrollo que todos anhelamos.

En otras palabras, parte del proceso de autoanálisis es que los futuros actores políticos puedan aceptar sus limitaciones, en unos casos más acentuados que otros. Y es que la pasividad y el desinterés de las personas idóneas para involucrarse en esta actividad controvertida a menudo dejan el camino libre para que otros se aprovechen de esos espacios. Esto nos deja, a los electores, sin un debate de calidad y sin prácticas de gobierno abierto, donde la participación ciudadana sea inclusiva y el diálogo se lleve a cabo de manera constructiva.

Todos en contra del pueblo

En síntesis, la honestidad intelectual debe ser el primer paso en todas nuestras decisiones, tanto en lo público como en lo privado, y además la clave para una democracia saludable. (O)

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Pepe Miguel Mosquera Z., abogado, Portoviejo