La crisis delictiva que azota a Guayaquil (y al Ecuador) dejó de ser un tema netamente de seguridad, para transformarse en un fenómeno social que nos está destruyendo.
En toda la ciudad es la misma situación en cafeterías, panaderías, restaurantes, cíber, bazares, almacenes, oficinas, etcétera; los robos, asaltos, sicariatos..., se ejecutan en los exteriores o dentro de estos establecimientos; generan que los clientes, usuarios, por pánico dejen de frecuentarlos, consumir. Se ocasiona una caída en las ventas, los servicios y no logran recuperarse. Sumamos las extorsiones, mediante la intimidación obligan a entregar ingentes sumas de dinero, periódicamente. Ningún proyecto puede prosperar en un ambiente tan agresivo. El perjuicio no queda ahí. El momento que un emprendedor cierra su negocio y devuelve el local al dueño de casa, le quita el ingreso económico que en la mayoría de los casos es la única luz que lo alumbra, ya que no hay plazas de trabajo, y menos para personas mayores de 50 años; ¿cómo cubre sus valores de servicios básicos, salud, ese ciudadano que se quedó sin renta? Y el emprendedor, ¿cómo atenderá sus necesidades y las de sus hijos, padres ancianos y empleados que colaboraban con él? La lista de afectados es extensa, más si contemplamos la nula recaudación fiscal. Muchos sitios van quedando sin actividad comercial, barrios se transforman en lóbregos y a partir de ese momento son ocupados por expendedores de drogas, consumidores de estas sustancias y los residentes están en situación de calle. Empieza la segunda parte de esta debacle, las ciudades dejan de ser atractivas para el turismo, la inversión, el trabajo... Esta problemática social no es tema que pueden seguir postergando, es prioridad uno resolverla, declarar en estado de emergencia al país y tomar fuertes medidas para cambiar su rumbo. (O)
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Gustavo Adolfo Rivadeneira Romero, Guayaquil