Cuando el comportamiento de una persona o grupo es igual o parecido al de sus progenitores o antepasados, usamos la frase “Lo que se hereda no se hurta” para tipificarlo, particularmente cuando dicho comportamiento está reñido con las buenas costumbres o la moral. Podemos aludir en nuestra narrativa a ejemplos muy publicitados dentro y fuera del Ecuador, pero lo que ha desbordado nuestra preocupación es el caso del excontralor 100/100 Carlos Pólit, quien fue procesado en Estados Unidos por lavado y enriquecimiento ilícito, debiendo purgar muchos años en la cárcel, suerte que probablemente también correrá su hijo mayor, acusado de complicidad y de los mismos cargos de su padre, mientras que el resto de la familia, conocedores y beneficiarios del ilícito, aún no siendo judicializados, su sanción subsistirá en la conciencia colectiva y no escaparán a la justicia divina, todo debido a la desmedida ambición, deshonestidad y demás antivalores concurrentes, con los que arrastramos a los que más queremos, quienes no evaden a la responsabilidad ya que, como todos, tienen la capacidad de diferenciar el bien del mal.

Cerca del fondo

El sonado caso narrado es el ejemplo de la “herencia maldita” que se repite con frecuencia en nuestra sociedad, que ha normalizado lo anormal e incorrecto.

Entre la densa humareda de los incendios provocados últimamente con fines protervos, que claramente apuntan a descalificar al Gobierno, se divisa la malévola intención de crear caos social, enfrentamiento entre hermanos, daño a la naturaleza, crisis económica y carencias alimentarias con que se cierra el agujero negro de perversidad de los protagonistas, que a no dudarlo tienen la autoría de la oposición política.

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Carlos Pólit fue condenado a diez años de prisión en EE. UU.: ¿podría salir bajo libertad condicional?

Nuestra sociedad y su democracia están viviendo uno de los episodios más oscuros, no solamente por los apagones producto de la sequía y malas gestiones, sino por el tétrico legado de amoralidad y anormalidad que nos están dejando las últimas generaciones de políticos. En fin, pareciera que vivimos una herencia maldita. (O)

Joffre E. Pástor Carrillo, educador, Guayaquil