Si con algo tenemos que relacionar a las mujeres es con el amor. Ellas son la causa y el efecto de nuestras querencias. Por Julieta se murió Romeo. Decía el poeta Rabindranath Tagore que las mujeres son como las mariposas, que cuando las persigues huyen, cuando las esperas con paciencia van a ti.

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Se dice que el primer amor es la madre y no hay nada más cierto. ¿No se pueden olvidar de esas 40 semanas tan férreamente unidos por tan sagrado cordón?, que luego se hace más profundo e infinito, entablando un vínculo mágico basado en la generosidad con la que la madre actúa.

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El ser humano es la criatura que más tiempo pasa pegado a su madre, de la cual aprende todo; por eso, dicen que de una buena mujer solo puede resultar una buena persona.

La mujer nos inspira a amar, es natural, lo es todo y podríamos decir que vivimos para el amor...

Cuando los humanos crecemos, nos caen las benditas hormonas y el amor parece coger otros rumbos. Nos viene la adolescencia y es en esa etapa que nos encontramos en medio de un enorme jardín de bellas flores descifrando cuál es la que más nos gusta, y ¿cómo escoger?, si una es mejor que otra.

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Benditas mujeres. Sin ellas sería imposible la vida. Es imposible no amarlas.

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La mujer nos inspira a amar, es natural, lo es todo y podríamos decir que vivimos para el amor, para amar a las mamás, a las novias, a las esposas. Dios en el éxtasis de su creación formó a la mujer; sin ellas no habría humanidad ni creación ni amor. Ellas llevan en sí el poder de traer nuevas vidas y siempre fueron más listas que nosotros. Gracias a ellas pudimos sacudirnos del tedioso paraíso, y no fue la culebra la que persuadió al hombre: fue el amor y el deseo de ser libre.

Nos encontramos entre dos oscuridades y un relámpago, decía el poeta Vicente Aleixandre. Ese relámpago es la mujer. De ahí que es mejor contemplarla con amor y ternura; si no, explotará como un trueno. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro