Los ecuatorianos miramos estupefactos cómo una parte de la clase profesional y casi toda la clase política nos están acostumbrando, sin ningún recato, a presenciar cómo se gestan y algunas veces se concretan incoherencias.

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Ya se concretó una de las primeras con la reactivación de la consulta sobre el Yasuní, la cual estaba totalmente fuera de tiempo y desde el punto de vista técnico era y es un disparate, sin contar la afectación económica al país entero, lo que constituye, ya de por sí, una evidencia de que en los organismos institucionales no existe el razonamiento ni los conocimientos suficientes para evaluar todas las aristas de una decisión.

Hoy estamos frente a una “ley de la protección a los animales”, de la cual, en lo poco que he leído, solamente resaltan impensables propuestas como prohibir la exhibición de lo que a fin de cuentas es parte de la alimentación de los seres humanos que habitamos en Ecuador.

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Estos son los derechos que se restringen en nuevo estado de excepción decretado en varias provincias de Ecuador, ¿hay toque de queda?

Y no deja de sorprendernos, una agrupación política, que en su afán monotemático de atacar a la fiscal general, les da palestra nada menos que en la Asamblea Nacional a dos personas acusadas de delitos para que hagan declaraciones y exhibir unos “chats” dizque periciados, irrespetando los procesos legales, pretendiendo exhibirse como perspicaces operadores políticos, mostrando simple y llanamente un pobre bagaje de conocimiento de lo que realmente son las tareas para las cuales fueron elegidos.

¿Qué pasa con nuestra sociedad? Esta es la pregunta que surge luego de constatar que hay un sector profesional como es el de la abogacía, que muestra claramente y sin lugar a dudas, una gran cantidad de profesionales con carencia de principios morales y conocimientos legales sólidos y suficientes. No se entiende por qué, las universidades que los formaron, al menos en los casos evidentes y comprobados, no les quitan los títulos otorgados, para evitar que sigan delinquiendo y afectando a la sociedad.

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Parece que es la sociedad entera (o en su mayoría) la que se conforma con estas actuaciones, que ponen en entredicho formaciones familiares, educativas, académicas, que las acepta y en ocasiones las aplaude, confirmando que es un fenómeno social.

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Es indispensable que si queremos salir de esta debacle, hagamos una transformación radical, empezando por la educación. (O)

José Manuel Jalil Haas, ingeniero químico, Quito