Con la llegada de la pandemia COVID–19, el Ecuador detuvo sus actividades desde marzo 2020 hasta mayo en algunos sectores. La educación en la Sierra continuó mediante cadenas en radio y televisión. Se decidió dar inicio en junio a las clases virtuales, sin preparación en algunos niveles en educación inicial, básica, superior, y en algunas universidades a nivel nacional.
Trasladamos nuestras clases a casa y a la pantalla de un computador. Algunas instituciones capacitaron a sus trabajadores, otros iniciaron clases aprendiendo en la marcha. Al terminar el primer año virtual se realizó el ‘rescate de los estudiantes ausentes’, se aceptó la entrega de un portafolio para aprobar el año lectivo; pero ¿lograron los aprendizajes esperados?, ¿se midió el conocimiento? En agosto de 2021 empezamos con el regreso progresivo, el miedo a los contagios, la desesperación de los padres por volver a la ‘normalidad’. Desde la necesidad del contacto social, el regreso fue un éxito, pero al medir conocimientos, destrezas, etc., se descubrió una brecha de conocimiento. Como resultado: docentes agotados, con horarios en presencialidad y virtualidad. Docentes capacitados en digital, pero apenados con los resultados de sus estudiantes en la presencialidad. Docentes deseosos de seguir aplicando lo aprendido en la virtualidad e imposibilitados de usarlos en los salones de clase por falta de conectividad, esto ocurre en Costa, Sierra, Oriente. Invito a los que pertenecemos al área educativa a realizar un estudio de la realidad en los actuales momentos, los invito a la reflexión: ¿Es realmente la educación un derecho ineludible?, ¿estamos teniendo una educación inclusiva o se convierte en exclusiva por la carencia de dispositivos o acceso a internet? (O)
Cecilia Alexandra Jara Escobar, docente; Salinas, Santa Elena